Se dice (aunque uno ha oído tantas cosas ya que no sabe qué creer) que Warner le había puesto a Denis Villeneuve la condición de que una primera parte tendría que tener éxito si quería hacer una secuela. Extraño porque, imaginemos que no hubiera sucedido así, ¿habrían dejado colgada una saga como esta? (otra losa más para Warner, y van…) Afortunadamente se alinearon bastantes elementos para que el resultado en taquilla fuera favorable y el canadiense pudiera rodar una secuela.
Así las cosas, en esta segunda entrega, prácticamente continuista a nivel técnico e interpretativo, prosigue el viaje del protagonista hacia su destino. Un viaje que en la anterior cinta se centraba sobre todo en los temores y presiones del propio Paul Atreides, en cómo se enfrentaba a esos miedos y cómo manejaba el peso de su apellido y su destino, tanto entre los suyos como entre los enemigos.
En esta secuela, estos miedos parecen haberse superado. Atreides se muestra mucho más decidido, más crecido, sabe perfectamente cuál es su papel y sabe que lo tiene que defender ante cualquier enemigo. Es por esto que esta segunda parte, ligeramente inferior a la primera (quizá impacta menos), se mueve más en un terreno místico-profético. Los personajes se mueven por la fe, no por el destino. Muy importante e interesante cómo la cinta retrata a los Fremen (podríamos decir que la película habla prácticamente sobre ellos), una tribu apartada al desierto, explotada y resquicio de lo que antaño fue Arrakis. Creen ciegamente (a través del personaje de Stilgar, un siempre correcto Javier Bardem) que Paul, a quien apodan MuabDib, es ese mesías, el Lisan Al Gaib.
Dentro del arco principal de la película, aparecen varias subtramas, que funcionan de forma un poco irregular dentro de toda la obra. Rebecca Ferguson repite personaje, obvio, y quizá su arco resulte un tanto pesado. Lo mismo sucede con el romance que hay entre Paul y Chani (Zendaya), poca química vemos entre ambos personajes, la verdad. E igualmente, la aparición de Feyd-Rautha (interpretado por Austin Butler) el heredero del trono Harkonnen no termina de convencer a pesar de que tiene una escena muy espectacular en una especie de arena. Es un personaje que podría haber dado más, pero se queda en formas, meramente.
A nivel técnico, comentábamos anteriormente, que la película sigue sin decepcionar. La enorme producción y el cuidado diseño de cada elemento de la historia, ponen en valor que Dune: Parte dos sea una secuela prácticamente con el mismo peso que su antecesora, no un chicle sin sabor al que se le quiere sacar más.
Como también sucedía en la primera Dune, la acción queda relegada a escasas escenas, pero como siempre, está muy bien rodada y son espectaculares. Villeneuve no ha sido siempre muy partidario de demasiados espectáculos pirotécnicos (ya lo vimos en Blade Runner 2049 (2017) o en Sicario (2015) donde la escasa acción dejaba huella sin necesidad de mucha pompa y circunstancia) y siempre prefiere escenas con una planificación sumamente cuidada y una acción muy medida.
Hans Zimmer vuelve a ponerle música a esta epopeya galáctica, con una banda sonora mastodóntica, donde de nuevo el uso voces tribales (que recuerdan a las voces de los bereberes) y fuertes percusiones acompañan perfectamente a las imágenes. Vuelve a recurrir a un canto como melodía icónica, algo que tan bien le funcionó en Gladiator (El gladiador) (Ridley Scott, 2000) y que aquí vuelve a interpretar la australiana Lisa Gerrard.
Dune: Parte dos hereda muchas cosas de su primera parte, pero posiblemente esté un punto por debajo. Un ritmo algo plúmbeo o personajes desaprovechados, lastran algunas de sus escenas. Por lo demás, poco podemos echarle en cara a una obra de este calibre.