Corría el año 2018 cuando el director y productor Martin Scorsese recibe en Oviedo, el Premio Princesa de Asturias de las Artes. En ese mismo año conoce a Rodrigo Cortés con quien comparte unas charlas sobre cine. Entre ambos surge un interesante lazo de amistad, a pesar de que el director norteamericano conocía las obras del gallego. De aquella situación, surge la producción de Escape, una película un tanto peculiar (como casi todo el cine autoral de Cortés (cuando no hace obras de encargo, claro). Una película que, en cuanto a tono, podría (sólo podría) aproximarse a su primera cinta, Concursante (2007).
Escape es una película que contiene varias capas, varios géneros. Es una película que, en cuanto a lo dramático nos habla del dolor y del duelo, desde un punto de vista caótico. Pero para tratar de sortear esta tragedia, el guion mete alguna que otra pincelada de comedia, donde predomina sobre todo el humor negro y, en ocasiones, alguna escena un tanto hilarante. Son quizá estos momentos los que podría llegar a confundir al espectador, y es que hay tramos en los que la película roza lo inclasificable, como si tuviera una crisis de identidad.

Pero Cortés siempre ha demostrado muchísima madurez como cineasta y como autor, colocando la cámara siempre dónde quiere y cómo quiere. La sobria y concisa puesta en escena contrastan con una dirección que adolece de irse demasiado por las ramas en ciertos momentos, con escenas que no aportan demasiado a la historia y que, desgraciadamente, alargan la película de manera innecesaria. Si hay algo que realmente destaque en Escape, sería sobre todo su primer tramo.
La elección del reparto sí que no representa, para nada, un lastre para la película. Hace unos años que Mario Casas ha pasado de ser un joven “sex-symbol” a ser un actor en alza, a tener en cuenta. Así lo han demostrados sus últimos trabajos y su papel en Escape vuelve a confirmar sus capacidades como intérprete todoterreno, en un papel que si bien no consigue levantar empatía (aquí ya es culpa del director), resulta muy interesante.
Lo mismo sucede con el resto de secundarios que lo acompañan. Un amplio abanico de edades que van desde jóvenes promesas como Anna Castillo hasta llegar a veteranos de la talla de Josep María Pou o el legendario José Sacristán. Blanca Portillo, Guillermo Toledo, Albert Pla o Juanjo Puigcorbé cierran la terna de secundarios, dando a la película un empaque de producto muy consistente e interesante. Prácticamente ninguno de ellos decepciona.

No faltan tampoco algunos puntos críticos en torno a la sociedad, a los productos que crea (nosotros), a la necesidad de culpa y la obsesión por despojarnos como seres humanos, de poseedores de decisiones que, muchas veces, nos destrozan la vida, pero que en el fondo, forman parte de nuestra propia condición.
Sin ser nada moralista, Cortés, podría haber firmado un trabajo soberbio, pero sus casi constantes vaivenes que desconciertan muchas veces y lo innecesariamente alargada de la propuesta, le restan algunos puntos.

Vuelve a rodearse de un ambiente sonoro más que notable, ya no sólo a nivel técnico, sino a nivel conceptual, con la partitura maravillosa de Víctor Reyes (habitual del director), que combina melodías muy dramáticas (con mucha orquesta), versiones de piezas clásicas y otras tantas piezas que enfatizan muy bien, algunos pasajes de la película (la melodía principal es maravillosa).
¿Es una oportunidad perdida? Sí y no, a pesar de sus logros, que la película los tiene, de sus detalles, que también los tiene, en su conjunto es muy interesante ver cómo su director ha conseguido darle una vuelta a una historia tan triste. No lo borda, pero siempre es más que interesante ver su cine, se descubre algo nuevo.