Si somos de los que hemos descubierto a Osgood (u Oz, como se suele acreditar) Perkins como director con esta Longlegs, quizá debamos saber algo más sobre el hijo del mítico actor Anthony Perkins, ésta es su cuarta película tras las cámaras, tras debutar en el 2015 con el thriller sobrenatural La enviada del mal. La trayectoria de Perkins lo ha hecho pasar incluso como actor, trabajando en numerosas producciones como secundario, y que sobre todo lo ha unido a directores como J.J. Abrams o Jordan Peele, con quien comparte elementos en su estilo como director.
Quien más quien menos, reconocerá en Longlegs ciertas reminiscencias al cine de dos grandes realizadores como son David Fincher o Stanley Kubrick. De Fincher, sobre todo de su primera época como director. Títulos como Seven (1995) o Zodiac (2007) Dejan pinceladas dentro de esta interessante cuarta cinta del realizador. De Kubrick parece haber tomado el gusto por los planos simétricos y la utilización de la cámara en mano (‘steadycam’), más concretamente de la obra El resplandor (1980). Esa atmósfera opresora constante que convierte al espectador en partícipe del particular calvario de la protagonista, y el uso de una carta cromática desaturada (la dejadez de todo, lo malsano…), enriquecen a Longlegs a nivel de puesta en escena y/o ambientación.
Si tuviéramos que hablar de la fuerza con la que Longlegs nos atrapa, no hay duda de que tres serían los elementos más interesantes con los que cuenta. El primero, y del que ya hemos hablado, su potencia a nivel de imagen y sonido, con una fotografía muy bien compuesta, planos incómodos, acciones fuera de cámara cuando son necesarias, esa música angustiosa que ayuda a generar un clima de constante amenaza y desconcierto (compuesta por su propio hermano y con el que ha trabajado en numerosas ocasiones).
Un segundo elemento que mantiene al espectador interesado es la utilización de la violencia. Longlegs es una cinta que no huye de una violencia explícita. La historia lo requiere.
Y el tercer pilar nos lleva a hablar de su reparto. La presencia de Nicolas Cage, cuyo rostro no se llega a desvelar hasta bien pasada una gran parte de la película, genera verdadero terror (quizá esto pueda frenar un poco el interés). Su personaje es inquietante, desquiciado y absolutamente pirado. No alcanza las cotas de casi parodia que suele hacer Cage últimamente (menos mal), pero posiblemente dejemos caer una leve sonrisa cuando lo veamos en pantalla.
El reparto, mejor dicho, el triángulo protagonista, se completa con Maika Monroe, cuya experiencia dentro del thriller/terror ya estaba más que probada con la magnífica y recomendable It Follows (David Robert Mitchell, 2014). Monroe aquí demuestra la frialdad, el compromiso, la integridad y a la vez el miedo ante lo que desconoce. Es un personaje interesante, que parece tener más sombras que luces.
Junto a Cage y Monroe, podríamos hablar de Blair Underwood y Alicia Witt, los dos secundarios que, realmente, presentan interés dentro de ese conjunto de personajes que, a grandes rasgos, resultan inquietantes, desconcertantes y despojados prácticamente de cualquier empatía (y tienen un motivo).
Pero en Longlegs también encontramos poca novedad. Un guion sumamente pensado que llama más la atención por su puesta en imagen que por su propia lectura. No nos va a descubrir nada nuevo, y posiblemente sea consciente de eso. Visita demasiados lugares comunes dentro del género del thriller. Su narrativa se toma su tiempo, aunque no es una película que se muestra especialmente pesada. Si que tiene ciertos altibajos de ritmo que podrían jugarle alguna mala pasada.
Longlegs es una más que correcta película sobre asesinos en serie, con una atmósfera muy bien trabajada, un buen reparto y una historia que, sin ser nada rompedora, logra mantener nuestro interés, aunque sólo sea por ver el rostro del mal, su ‘modus operandi’ o sus motivaciones, porque lo demás, ya nos lo sabemos.