Vaya por delante mi admiración ante uno de los directores españoles que más se arriesga siempre. Álex de la Iglesia, cuyo particular sentido del humor y universo, son quizá algo inclasificables, utiliza como excusa un evento televisivo para regalarnos un ejercicio de comedia alocada, cruel en ocasiones y con un reparto de lo más sonado.
Pero desde hace tiempo, parece que sus cartuchos más potentes se han terminado de disparar y el cine del vasco, casi redunda en lo de siempre, a pesar de la originalidad de sus propuestas y de sus espectaculares arranques. Mi gran noche no se libra tampoco de esta lacra.
Aturullado y algo desconcertado. Así es como me siento tras haber visto Mi gran noche, la última criatura de Álex de la Iglesia. Sin quitarle el mérito a todo lo que hay detrás (guión, montaje…), como espectador, quizá sea una película un tanto desordenada con demasiado caos (se intenta emular la realidad de los programas de televisión), y al final la mayor parte de los puntos cómicos quedan en anécdotas.
Si uno intenta quedarse con lo mejor de Mi gran noche, sin duda es su ritmo. Trepidante, sin pausa, alborotado… todo parece no tener un orden, un enorme caos. Ese es quizá el mayor prodigio de De la Iglesia con esta película, pero por lo demás, nada nuevo ante nosotros. Todos los secundarios, como suele ser habitual, mucho mejor que los protagonistas (aquí son varios), y como siempre, la caricatura de personajes (aquí con Mario Casas y Raphael) es lo que destaca ante todo.
Álex de la Iglesia lanza, continuamente, gracias, puntos cómicos y alguna que otra puya a la realidad. En Mi gran noche, todo eso está, pero la sensación que lo rodea nos deja absolutamente noqueados. Muchos puntos graciosos, pero prácticamente todos sin gracia y ahí es cuando empieza el problema. Mi gran noche es una película graciosa pero con muy poca gracia.
Para intentar suplir la carencia de humor, el director coloca a rostros conocidos (no de la misma forma que Santiago Segura en su saga Torrente, pero está a un paso). Raphael está correcto, casi una autoparodia; Mario Casas parece que no necesita actuar; Muchos personajes llegan incluso a la sobreactuación.
Entre todo el batiburrillo cinematográfico que supone Mi gran noche, el director vuelve a colar pequeñas subtramas (o pequeñas historias). Algunas de ellas con menos interés que otras, pero que de alguna forma, tratan de ser el equilibrio ante el caos, para que seamos conscientes de que entre tanto follón, siempre todo tiene algo que contar.
Mi gran noche habla de egos, habla de estrellas, habla de protagonistas que son secundarios (como el personaje de Pepón Nieto), habla de lo que se cuece detrás de los programas, de rivalidades, de celos… sí, es una cinta que habla de muchas cosas, pero no parece saber cómo hacerlo.