Emmerich es un director que no decepciona, siempre y cuando entres en su juego y sepas perfectamente qué vas a ver. Un realizador despreocupado por muchas cosas, pero preocupado por lo espectacular de sus productos. En este sentido Moonfall no decepciona.
Haciendo balance de la filmografía de Roland Emmerich (Stuttgart, 1955), uno sabe perfectamente en qué terrenos se mueve uno de los directores más honestos que hay actualmente. Su cine, como hemos dicho en varias ocasiones, es un cine de puro entretenimiento, sin concesiones, y con un abusivo uso de CGI, siempre al servicio de una historia que, por lo general, suele ser algo disparatada.
Pero entre medias de estas hilarantes sinopsis, siempre juega con el drama facilón, con la idea de familia, con la idea de unión/grupo, elementos muy sencillos y reconocibles con los que resulta muy fácil identificarse o al menos no comerse demasiado la cabeza. Estos elementos vuelven a estar presentes en Moonfall a través de los personajes de Patrick Wilson y Halle Berry. Los padres “ausentes”, las madres separadas que intentan reconstruir su vida, los hijos mayores rebeldes… aquí, vuelven a salir a flote.
Pero como sucede con este tipo de historias, donde más se la juega Moonfall es en su apartado visual, con unos efectos especiales excesivos pero efectivos en su función, que cumplen con creces las necesidades de la película.
No vamos a encontrarnos nada nuevo con Moonfall, es una película muy entretenida, con una historia absolutamente delirante, un acabado correcto a nivel visual y con unos personajes que tampoco importan a pesar de los numerosos clichés con los que cuentan para tratar de llegarnos.