Ya lo avisaron en su día, tras la compra de la Lucasfilm por parte de Disney, cada año habría una película de Star Wars. No mintieron, y ahora nos llega el primer título que no se engloba en la saga llamada, oficial, algo así como un “spin-off” de la película original de George Lucas.
Precedida por la habitual avalancha de marketing (innecesaria, por cierto) y por la polémica de su “re-rodaje” en casi un 40% de la película, no hay duda de que Disney ha encontrado su gallina de los huevos de oro y que, aunque tenga que sacrificar ciertos aspectos, sabe que tiene un caballo ganador que le dará dinero durante lustros.
El británico Gareth Edwards, director de Monsters (2010) y Godzilla (2014), sabe perfectamente lo que supone manejar criaturas de gran tamaño, y gracias a sus buenas artes en cuanto a lo espectacular y visual, consigue una cinta muy vistosa, aunque alejada en su gran parte de la trilogía clásica. No mucho, todo hay que decirlo, pero se nota mucho la mano de Disney.
Se nota sobre todo en su guión, tocado y retocado varias veces, pero que refleja perfectamente el ideal de Disney sobre una saga que, incluso en las primeras trilogías, las llamadas “precuelas”, mostraba algo más de seriedad que aquí. Afortunadamente la coherencia ha prevalecido sobre la ñoñería y se ha dejado de lado el toque infantil.
Y es sobre todo en cuanto al trato de personajes, la gran mayoría, por no decir todos, con escasísima profundidad y con muy poco carisma. Ni siquiera la protagonista, una Jyn Erso con el rostro de Felicity Jones, o el temerario Cassian Andor (con el rostro del mejicano Diego Luna) consiguen que nos preocupemos realmente por ellos.
Es una vez más donde los secundarios cobran más interés, con personajes que afortunadamente abandonan esos chascarrillos a los que nos tenían acostumbrados, para dar pinceladas muy sutiles de humor que no empañan en exceso una cinta simplemente correcta y entretenida.
Y es que Rogue One no pretende mucho más que entretener, hacernos pasar un buen rato. Claro que si intentamos dogmatizar al que tenemos al lado señalando las alteraciones o supuestos fallos con respecto a la religiosidad que, se supone, debe tener una cinta de Star Wars, podemos ir bastante tranquilos, ya que conserva bastante bien el espíritu de las películas originales, algo que también pudimos ver en El despertar de la fuerza (J.J. Abrams, 2015).
Y que sería de una cinta de este calibre sin un villano de peso. Ben Mendelsohn le aporta una buena imagen, pero desgraciadamente el conjunto de su personaje es bastante endeble, a veces incluso parece una parodia de un villano. En ningún momento logra que le tengamos miedo, ni siquiera con algunos de sus actos, que por otro lado, son ciertamente previsibles.
Sí, mencionamos igualmente la aparición de Darth Vader, al que por cierto, no le ha sentado nada bien esa especie de reinvención. No se si es el escribe se ha hecho demasiado mayor, pero ya no impresiona. Sólo en sus últimos minutos en pantalla vemos a un auténtico Lord Sith.
No decae el ritmo en Rogue One, la cinta consigue sobre todo en sus minutos finales, una adrenalítica batalla campal, llena de efectismos, que si bien no sorprenden, al menos lograrán un disfrute para todos aquellos que buscan espectáculo.
Rogue One recalca entonces, la necesidad de Disney de reinventar la saga. Porque ya habiendo visto dos títulos, desde que adquiriese Lucasfilm, uno más o menos puede hacerse una idea de lo que se va a encontrar, y salvo pequeños escollos, creo que el resultado puede ser más o menos aceptable, eso si, tampoco para tirar cohetes.