La obra fílmica de Agustín Díaz Yanes (Madrid, 1950) despuntó cuando su primera película Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995) consiguió triunfar en la gala de los premios Goya de aquel año, donde competía con pesos pesados como El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1995) o La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995). Los ocho premios (entre ellos dos para Díaz Yanes) que obtuvo, le abrieron las puertas a lo grande para triunfar en el cine español. Y lo cierto es que salvo algún tropiezo (Alatriste) su filmografía siempre ha dado muestras buena salud como director.
Hay que tener también en cuenta la seriedad y solidez de este proyecto cuando en él confluyen dos de las productoras más “top” del cine español. Por un lado, la formada por J.A. Bayona y Sandra Hermida, y por otro lado la de Belén Atienza, fundadora junto a López Lavigne de Apaches. Con este apoyo de fondo, era de esperar que la película tuviera su peso dentro de las producciones de este año. Aunque está Netflix de por medio, ha sido posible un breve paseo por las salas de cine, posiblemente, para que pueda optar a premios en diversos festivales.

Tras esta introducción, Un fantasma en la batalla (no confundir con la cinta homónima de Aristarain) supone un ejercicio fílmico notable tanto para su director como para el resto del equipo que conforman la película. Tratar un tema tan delicado como es el de la organización terrorista, necesita de tacto y respeto, además hay que sumarle la cercanía en el tiempo de una cinta con una temática similar, La infiltrada (Arantxa Echevarría, 2024). Pero esto no ha sido un impedimento para Díaz Yanes, sobre todo porque ambas películas son bastante diferentes en muchos aspectos.
Un fantasma en la batalla es un constante desafío para el espectador, en cuanto a tensión se refiere. Y para esto, el director se vale de unos cuantos elementos que generan precisamente ese ambiente peligroso y amenazante para la protagonista. Por un lado, la sobriedad con la que se retratan los escenarios, muchos de ellos tan cotidianos que cualquier pensaría otra cosa. Un bar, una casa en un barrio de San Sebastián o una nave industrial pueden convertirse en escenarios terroríficos para la historia.

Por otro lado, la inteligente idea de mezclar metraje real dentro de la película. Esto confiere a la película un punto a favor y hace que roce casi el docudrama. Y por otro lado el aparato sonoro, con la agobiante, minimalista y contenida música de Arnau Bataller, con melodías tan amenazantes como lacónicas. Y es que además el diseño sonoro de la película es también un importante punto de apoyo para contar la historia. Un inteligente uso de los silencios hace que pesen mucho más que grandes discursos.
Su tono es lo más destacado de la película, un tono muy serio, seco, haciendo especial énfasis en la lucha interior de la protagonista (una estupenda Susana Abaitua) donde podemos ver tanto sus miedos como sus logros y triunfos, pero siempre se encuentra en esa línea roja donde el miedo te puede obligar a retroceder. Aquí, si queremos comparar es donde sale ganando frente a la obra de Echeverría, donde se echaba en falta una lucha interior mucho más marcada.

Un fantasma en la batalla es un cruento recorrido por los episodios más terribles de la banda terrorista a través de los ojos de una mujer decidida a dar también sentido a su vida, aun sabiendo que la pone en peligro constantemente.







