No hay que dejar pasar por alto que el cine de la última época de Kathryn Bigelow (San Carlos, California, 1951) ha tomado una vertiente más sociopolítica que en su primera época. Atrás quedaron títulos de acción interesantes como Los viajeros de la noche (1987), Acero azul (1990) o la cinta de culto Le llaman Bodhi (1991). Probablemente desde hace más de 20 años, la directora ha optado por virar a un género (el thriller político) mucho más serio y maduro, dándola un peso en Hollywood que no sólo se ha trasladado a la crítica, sino también al público.
Una casa llena de dinamita (frase que recita Idris Elba en su papel de presidente de los Estados Unidos en los minutos finales de la película) analiza o mejor dicho, muestra, los entresijos de un supuesto ataque nuclear a los Estados Unidos, esa ‘autocompasiva’ víctima constante en el cine. Durante los primeros treinta o cuarenta minutos, asistimos a un despliegue muy contundente. La cámara se introduce, literalmente, dentro de las oficinas de quienes deciden qué hacer y contra quien. Todo esto salpicado de contundente jerga que, por momentos, nos hace desconectar de muchas cosas, pero que en definitiva y gracias a la poderosa imagen, seguimos enganchados a lo que estamos viendo.

Pero lo que viene a continuación, quizá lastra un poco a la película. Y la lastra en el sentido de que, en cuarenta minutos ya está todo planteado, el resto son puntos de vista (el último, el del presidente, quizá el más interesante), contando lo mismo, incluso repitiendo líneas de guion. La intención de Bigelow es visible, pero le quita interés a gran parte del metraje. La película es como una constante cuenta atrás hacia lo inevitable, y algo repetitiva.
La cámara se mueve como pez en el agua, entre oficinas, personal, dándonos detalles, directrices de dónde tenemos que mirar. Un estilo que podemos reconocer también en el cine de Greengrass, y que Bigelow sabe también transmitir.

Sigue siendo una directora incisiva en lo que al gobierno norteamericano se refiere, y aquí no se queda atrás, poniendo a prueba nuestros nervios en algún momento puntual, además de lanzar diversas críticas a esa sociedad del miedo en la que estamos asentados, donde todos se protegen de todos, pero ninguno está dispuesto a apretar el botón. ¿Hay que defenderse para que los demás no nos ataquen? ¿Hay que quedarse quieto para no acrecentar la tensión, aunque eso suponga ver cómo miles de personas mueren? (esto nos suena de algo, ¿verdad?) Dilemas humanos más que políticos y que no hacen más que vislumbrar el estado de nuestra sociedad. El hombre, se protege de si mismo destruyéndose a sí mismo.

Una casa llena de dinamita además cuenta con un excelso reparto, donde prácticamente brilla todo el mundo. Bigelow requería de un ‘cast’ que estuviera a la altura y aquí realmente lo está.
Película contundente, seria, algo excesiva en cuanto a su duración, con detalles que le restan cierta veracidad, e incluso visitante de lugares comunes, pero interesante (como lo que siempre cuenta Bigelow).
A pesar de que en España se ha estrenado en muy pocas salas, posiblemente se cuenten con los dedos de las manos, la estrategia que está siguiendo Netflix es bastante clara. Para poder optar a grandes premios tiene que estrenar sus títulos más potentes en salas. Lo ha hecho con esta y lo ha repetido con la nueva cinta de Guillermo del Toro, Frankenstein. Pero el CEO de la compañía lo ha dejado claro, los cines no es el modelo de entretenimiento audiovisual por el que quieren apostar. Nunca le oiremos decir que ama el cine. ¿Deberían los grandes festivales y premios, tener esto en cuenta y ponerse más estrictos a la hora de permitir participar ciertas películas en sus certámenes?
Solo puede verse en Netflix.







