Sam Mendes se dio a conocer, prácticamente, al gran público con aquella obra que retrataba parte de la sociedad americana, American Beauty (2000). Una cinta rompedora, que contenía un reparto soberbio, una historia intensa y un desenlace tan truculento como chocante. Su película le valió 5 Oscar entre ellos Mejor dirección y Mejor película. 19 años después, Mendes cambia radicalmente de género y nos sumerge en plena Primera Guerra Mundial con 1917, una película intensa y emocionante.
Hablar de 1917 es hacerlo desde dos puntos de vista. Por un lado desde un punto de vista técnico, puramente artístico, quizá. Su forma es especialmente llamativa, rodada casi como en un único plano, con trucajes que, casi siempre, sirven de excusa para cambiar de escenario. Partiendo de este logro personal (recordemos que Hitchcock con La soga (1948) ya hizo algo parecido), el resto de las florituras que contiene 1917 corresponden a nivel alto. Roger Deakins en la fotografía (¿qué puede salir mal?) con una paleta de colores espectacular, adaptada a cada escenario, muy bien definida… Pocas pegas podemos ponerle a la película en este aspecto. Merece especial atención, la utilización del sonido en toda la película, tanto a nivel de efectos como la espectacular música de Thomas Newman, quien salvo en una ocasión, ha puesto la música a todas las películas de Mendes. El conjunto, transportan al espectador al momento, crean tensión, miedo… esta película sin el sonido que tiene, seguramente perdería más de la mitad.
Por otro lado, podemos hablar de ella desde un punto de vista más emocional. Aquí es donde quizá la película cojea. Y es que el guión de 1917 no es precisamente su fuerte. Como ejercicio inmersivo es absolutamente espectacular, pero a una película siempre hay que pedirle más, y en este aspecto la historia resulta simplona y con poca profundidad de personajes. Seguramente no era la intención del duo Mendes/Wilson-Cairns, pero además de simpatizar con los personajes (que es bastante fácil), es necesario que nos transmitan algo más. No sucede, en este caso, y nos transmite más la cinta como conjunto que los propios personajes, a quien, sabemos llegarán a su objetivo, o al menos lo cumplirán (a saber en qué condiciones).
Es quizá esta pequeña (pero importante) carencia emocional a nivel de personajes y lo simple de su historia (en general lo flojo de su guión), lo que Mendes trata de camuflar con el apartado técnico. Y es que si 1917 se hubiese rodado de una forma más… convencional, seguramente no sería una cinta tan destacable.
Compararla con películas similares como Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) tampoco lleva a ninguna parte. Son ejercicios muy diferentes (ya no sólo a nivel de línea temporal), con planteamientos diferentes, personajes diferentes… vamos, que no tienen nada que ver. Es cine bélico con tintes dramáticos (como casi todo lo del subgénero), pero no por eso son cintas comparables. Cada una tiene sus virtudes y sus defectos.
Mendes ha hecho una película sublime, de eso no hay mucho que discutir, pero no es una película redonda. Con un guión en donde las situaciones no resultasen tan forzadas, donde los cambios de escenarios no fueran tan bruscos (es una pequeña pega al rodarse como se ha rodado), quizá la película habría resultado algo más redonda (y diferente, como ya he comentado). El director parece haberse encaprichado de su forma, parece haber querido batir algún tipo de reto a nivel personal… no hay problema en ello, pero las limitaciones las tiene y eso lastra algunas partes de la película.
Con una historia excesivamente sencilla, una técnica que sorprende y una espectacular puesta en escena, es fácil empatizar con los personajes (llama la atención que una misión tan importante se la encomienden a dos jóvenes con pocos reconocimientos…) Pero sin duda 1917 merece ser vista, merece ser analizada y, sobre todo, merece ser disfrutada porque es un ejercicio cinematográfico con mucha calidad.