A punto de cumplir los noventa años, la salud de Clint Eastwood sigue firme (cinematográficamente hablando, claro, noventa años pasan factura a cualquiera), y llama especialmente la atención que sus últimos siete trabajos como director tengan hechos reales como base para lo que nos quiere contar. Su último trabajo supone también, una feroz crítica contra el sistema norteamericano.
La historia de Richard Jewell es, cuanto menos, emocionante, cruel y, hasta despiadada. Un hombre honesto, muy firme con la autoridad, deseoso de ser agente del orden, considerado un héroe nacional… y finalmente considerado sospechoso de un atentado, por una institución de tanto prestigio, como es el FBI. Eastwood se muestra bastante crítico sobre todo con dos estamentos o pilares de la sociedad norteamericana, dentro de esta historia.
Por un lado el FBI, “representado” aquí por la figura del personaje de Jon Hamm. Un hombre recto, que no vacila ante cualquier sospechoso y que incluso en los momentos finales de la historia, sigue considerando a Jewell culpable de los hechos. Hamm ha demostrado tanto en cine como en televisión, su gran capacidad como actor, y aquí desde luego no deja indiferente. Un organismo que, aun siendo consciente de que no existían pruebas concluyentes contra Jewell, mantenía su postura con tal de no desgastar su imagen. Hay momentos en donde le intentan inculpar de alguna forma que, resultan hasta irrisorios. No hay criba para Eastwood a la hora de mostrar las chapuzas que este organismo cometió en este asunto
Por otro lado, los medios de comunicación, que ayudaron a incrementar más la imagen que se creó en torno a Jewell, insistiéndole constantemente que confesara, que cuales fueron sus motivos… Aquí están “representados” por el personaje de Olivia Wilde. Una mujer sin escrúpulos que no goza precisamente de una buena reputación ni siquiera en su periódico y que consigue lo que quiere utilizando cualquier cosa, algo que suscitó cierta polémica en el entorno del periódico de Atlanta, en donde no estaban muy conformes con la imagen que se le da al medio.
Junto a Jewell, tenemos dos inmensas interpretaciones. Kathy Bates, en uno de sus mejores papeles. Muy secundaria, pero en los momentos en los que aparece, el drama se apodera de la historia, y las emociones que transmite Bates, sin duda refuerzan ese lado de la trama. Prácticamente no hay momento en el que salga ella que no merezca especial atención. Esa cotidianidad que le da a su personaje y su increíble capacidad interpretativa, son sencillamente sublimes. Puede parecer que su personaje no tiene mucha importancia, pero según avanzamos en la historia, es de lo mejor que nos encontramos.
La otra figura es Sam Rockwell, que interpreta al abogado de Jewell. Sólo en los primeros minutos de la película, su personaje ya nos tiene ganados. Un hombre duro, muy recto, con principios, e indomable, pero sabe perfectamente cómo tratar a la gente. Su apoyo para Jewell fue crucial y Rockwell sin duda hace uno de los papeles más interesantes de toda su carrera. Igualmente sus apariciones levantan quizá un poco la sensación derrotista que de vez en cuando puebla por la película.
La película se podría definir como una durísima crítica al sistema, que se ceba con los indefensos, una lucha entre David (Jewell) y Goliat (el sistema).
Tampoco se puede dejar pasar la maravillosa interpretación de Paul Walter Hauser, protagonista indiscutible de la cinta. Despierta absoluta simpatía y tristeza al mismo tiempo, en ocasiones eclipsada por los secundarios, pero su trabajo en esta película también es muy notable.
Richard Jewell es, de nuevo, un arponazo de Eastwood hacia la sociedad americana, hacia el sistema. Narrada con sobriedad pero con suma efectividad, es una película absolutamente recomendable, que llega hasta donde tiene que llegar y que, además, supone una maravilla para comprobar que Eastwood sigue en forma (y que dure, visto lo visto).