Los noventa, una época considerada por muchos como de las más prolíficas musicalmente hablando. Una época en la que surgieron bandas superventas como las Spice Girls, ‘NSYNC, Backstreet Boys o los Take That, quizá los más precoces en este campo (con permiso de los New Kids on the Block). Better Man (Michael Gracey, 2024) es un proyecto personal de uno de sus componentes, Robbie Williams, quizá el más carismático de todos y a quien sus excentricidades han perseguido prácticamente desde que abandonase el grupo en 1995. Y que mejor género que el musical para contar como fue su vida desde que le picó el gusanillo por cantar, cuando apenas tenía 10 años, hasta uno de sus conciertos más épicos, el de Knebworth, que no sólo marcó un record Guiness, sino que durante tres día llegó a concentrar más de cien mil personas.
A primera vista los ‘biopic’ sobre cantantes parecen estar hechos en serie y esto es algo que se palpa en la película y que además todos sus responsables son conscientes. El auge y caída de Williams no viene a descubrirnos nada nuevo. Pero lo más destacable de Better Man es su forma y lo potente a nivel visual que resulta en su conjunto.

Parte de la base de presentarnos a Williams con el rostro de un simio (tal y como él mismo se ve, como un mono de circo). Gracias a la tecnología, durante toda la película, el actor Jonno Davies da vida y movimiento al propio Williams, aunque la voz en los momentos musicales si es del británico. Davies hace suyo al personaje y lo impregna de ese carisma y ese toque canalla que siempre ha tenido el cantante, olvidando a los pocos minutos de película, que estamos viendo una imagen generada por ordenador dando saltos, bailando y cantando. El trabajo a nivel técnico es bastante notable y salvo en pequeños momentos, el resto de la película resulta bastante convincente.
Narrativamente hablando, Better Man sigue prácticamente los mismos esquemas que películas similares, intercalando escenas dramáticas (sí, aquí hay drama) con versiones de canciones muy conocidas de Williams. Lo más interesante y una buena baza es la forma en la que éstas se complementan con música orquestal (recordemos que Williams ya sacó en el 2022 un álbum, XXV, con versiones similares) y encajan en momentos de su vida dándole importancia a estas partes.

Better Man habla de su vida, pero tocando aspectos como la relación con sus padres, la importancia para él de la figura de su abuela, cómo manejaba la fama, la relación con grupos como All Saints o los Oasis (ojo a los hermanos Gallagher) y sí, su relación con los Take That y lo “bien” que se llevaban entre ellos, en especial con Gary Barlow.
La fama para Williams es un objetivo, el éxito es un objetivo y todos los plantea siempre como retos, desafíos que se le plantean en su vida y que quiere alcanzar aunque una vez conseguidos se sienta perdido. No hay concesiones en Better Man sobre la parte oscura de la vida de Robbie Williams, que deambulaba entre fiestas, alcohol y drogas.
A pesar de sus más de dos horas de duración, la película rueda bien, pero no así su ritmo que, en algunos pasajes resulta un tanto plúmbeo y sobre todo en el último tramo final (llegando a su famoso concierto en el Royal Albert Hall junto a su padre) parece que la cosa no avanza como debería.

Aun así y siempre teniendo en cuenta de quien se está hablando, Better Man es un buen producto. Potente en cuando a imagen (el número musical de «Rock DJ» es, sencillamente, soberbio), muy notable en cuanto a música y resulta un sugerente retrato generacional de una época en la que el negocio musical era muy diferente a cómo es ahora.
Tras El gran showman (2017) Michael Gracey vuelve a deslumbrar con otro musical, esta vez no es original, pero su visión y su dirección nos instan a seguirle en sus próximos trabajos.