El rostro del actor Daniel Guzmán le ha servido para que su primera gran película estrenada en circuitos comerciales, A cambio de nada, se convierta en el nuevo fenómeno del cine español. Apoyado por una producción digna de un buen debut, la película narra algunos pasajes de la vida de un joven conflictivo, fruto de una familia disfuncional.
Que A cambio de nada es una cinta entretenida, no hay duda. Guzmán, que ha tardado cinco años en estrenarla (entre guión, rodaje y financiación), nos cuenta una dura historia que, sin ser nada nuevo (seguramente no sea su objetivo), consigue transmitirnos las sensaciones acertadas sobre lo que es vivir al límite.
Atrás quedaron los rateros, los pequeños delincuentes, aquellos navajeros de los ochenta que subsistían a base de robar radios de coches o algún que otro bolso con el método del tirón. Ahora el cine evoluciona igualmente y los protagonista agudizan mucho más el ingenio para dar “palos” más elaborados en donde puedan conseguir más dinero. Darío, el protagonista de la historia, es un joven que vive al límite, que conoce la calle y que, a pesar de ello, tiene un código, nunca fallar a quienes están contigo siempre.
Pero detrás de esta historia no hay, precisamente, nada novedoso. Aunque el portento de A cambio de nada radique en sus actores y en su verosímil guión (en donde mezcla muy bien el lenguaje de la calle), a la mente se nos vienen cintas con temáticas similares, más o menos intensas pero con la calle como escenario, y con la juventud rebelde como protagonista.
E igualmente, a Guzmán, le ha resultado complicado escapar de los clichés que las rodean. Y es que los jóvenes de A cambio de nada no dejan de ser perdedores, no dejan de ser ingenuos pardillos que intentan dárselas de listillo, de maestros del engaño. Y finalmente son ellos los que caen en su propia vida, los que terminan autodestruyéndose.
Quizá sea el mal menor que tiene A cambio de nada, su final, quizá algo diferente y poco consecuente con lo que hemos estado viendo durante hora y media. Aunque no es precisamente un lastre considerable y no arruina el resto de la película, si que nos quedamos con cierto malestar por él.
Hablábamos del buen guión que tiene A cambio de nada, pero sobre el equipo de actores, tampoco podemos dejar pasar su buena elección. Empezando por el debutante Miguel Herrán, descubierto por el propio director, una noche de botellón en la calle Arapiles de Madrid. Sin experiencia interpretativa, Herrán demuestra saber bien lo que hace y construye un personaje duro y vulnerable al mismo tiempo. Con consistencia y coherencia que no cae en exceso en la sobreactuación (algo fácil en este tipo de roles).
Aunque anecdótica, la presencia del laureado Luis Tosar, y sobre todo de Antonio Guzmán, abuela en la vida real del propio director, terminan por redondear una cinta atractiva, dura y, en cierto modo, dramática, espejo de algunos estratos sociales y, aunque sea tópica, es de agradecer su separación de lo forzado o impostado.
A cambio de nada es una película muy digna, muy bien escrita y bien interpretada. A pesar de que no cuenta nada nuevo, es de agradecer que nos encontremos con este debut viniendo de un tipo tan conocido por sus papeles en televisión, que nos ha hecho descubrir otra faceta de su talento.