Tras la intriga con El escritor (2010) el francés Roman Polanski se lanza a adaptar una obra teatral. Un dios salvaje es un retrato humano de cuatro personas encerradas en un mismo espacio y con la obligación de llegar a entenderse. La radiografía es realmente espléndida.
A pesar de lo disperso de su filmografía (al menos últimamente), el director Roman Polanski todavía tiene ese hueco entre los “cinéfagos” que hace que cada estreno suyo sea bastante bien recibido. Aunque de formas clásicas, el director adapta la obra homónima de Yasmina Reza con una sobriedad efectiva.
Adaptar una obra de teatro tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Por un lado, apenas alteras la famosa cuarta pared (digo apenas), dejando que el público disfrute casi igualmente como si fuera al mismísimo teatro, obviamente salvando las enormes diferencias existentes. Pero por otro lado, quizá le quites la frescura que da el poder ver ante tus ojos, inalterable y siempre diferente, a un actor dándolo todo por un personaje. Polanski lo sabe y a pesar de todo, es capaz de crear una adaptación que, por si sola, funciona igual de bien que si fuera una película independiente.
Un dios salvaje deja claramente su postura, deja ver muy bien las cartas y eso a su director no le importa. Seguramente ni a su original le importe. Y es que la película va mucho más allá de una simple conversación entre cuatro personas que se encuentran encerradas en una casa. Polanski (y por ende, Reza) desglosa cada una de ellas, poniéndolas hasta su límite personal y las hace vomitar (a veces literalmente) todo lo que llevan dentro y que han guardado sobre sus ideas y sobre cómo ven la vida que les rodea.
El matrimonio Jodie Foster-John C. Reilly encarna el buen rollo de la función. Ella casi una “neo hippie” vestida de firma, encarna el diálogo, el entendimiento la comprensión. Es una mujer a la que le gusta dialogar. Cuidadosa y hasta metódica (los detalles con su marido sobre dónde dejar las cosas son un punto de vista sobre ésto) tiene quizá el protagonismo absoluto durante la primera mitad (unos cuarenta minutos). Su marido, un siempre espléndido John C. Reilly, personifica casi la inocencia e ingenuidad de un hombre con apenas cultura, pero que sí tiene cerebro.
Por otro lado tenemos a la pareja Kate Winslet-Christoph Waltz. Ella, sumisa en apariencia, es una mujer recatada, casi silenciosa y hasta cierto punto podríamos decir que maleable. Como tal, su límite se dilata hasta casi pasada la mitad de cinta. Es entonces cuando vemos su auténtica personalidad, una mujer que lucha y que saca las garras cuando es necesario. Su marido, un magnífico Christoph Waltz, resulta ser un hombre sin escrúpulos y al que le gusta imponer su norma y su palabra. Sus “duelos dialécticos” con la Foster, son sin duda de lo mejor de la película.
Muy poca gente se muestra tal y como es, o deja atrás su máscara. Un dios salvaje viene a contarnos ese tópico tan real como la vida misma. Sólo en los momentos en donde nos vemos amenazados o al menos se ve amenazada nuestra (sí, digo nuestra) verdad, sacamos a relucir lo que somos realmente. Y además, resulta cuanto menos interesante que la acción de Un dios salvaje se reduzca a una casa, también labor que habría que enfatizar a la hora de hablar de la forma en la que está contada. Su desigual ritmo, que a veces puede provocar una desconexión temporal por parte del espectador, quizá sea una de las pocas pegas a ponerla.
Polanki vuelve a dejarnos en nuestro sitio con una cinta sobria, seria y hasta hilarante en algunos momentos. Su manejo del drama y la comedia a partes iguales nos deja bastante impactados. Un dios salvaje es una curiosa muestra de que a pesar de los años, un director bueno siempre será bueno y Polanski, aunque le pese a algunos, es uno de ellos. Es una cinta de actores, y como tal deberíamos saber a que nos vamos a enfrentar.