A pesar de que el propio Michael Bay no se siente orgulloso de ella (según él la rodó demasiado rápido), hay que reconocer que Armageddon (Michael Bay, 1998) es una de las películas de acción más importantes de finales de los noventa. Lo loco de su premisa, que en fondo escondía el temor a la destrucción de la humanidad, no fue impedimento para que el realizador diera rienda suelta a su imaginación y se dejara llevar.
La película reúne todos y cada uno de los clichés que el propio Bay impronta en su dilatada carrera, por lo que sabemos perfectamente a qué nos enfrentamos cuando hablamos de ella. Sorpresas en esta película hay pocas o ninguna. Aquí podemos considerar que lo épico prima por encima de todo. La historia da pie a ello, pero el realizador considera que resulta igual de importante y… épico, tanto el abrazo de un padre con su hija, o el beso de una pareja enamorada, como la destrucción de París o el lanzamiento de una lanzadera espacial. Son sus reglas, no hay duda.
A pesar de contar con la estrecha colaboración de la NASA, que les permitió utilizar algunas de sus instalaciones, la historia de la película hace aguas en multitud de situaciones, aunque no es algo que le preocupe a Bay. La gran parte de sus películas no se caracterizan por tener una lógica científica o una veracidad al cien por cien. En Armageddon prima sobre todo el entretenimiento elevado a un podio en donde el patriotismo, la supervivencia y la familia, son los pilares básicos que mueven prácticamente a cada uno de los personajes.
A nivel técnico la película, como diría aquel, no repara en gastos, y eso que algunos de sus efectos prácticos no han envejecido demasiado bien con el paso de los años. Esto hace que, por momentos, algunas escenas resulten un tanto desfasadas. Pero como hemos dicho, en Armageddon todo vale, no hay límites y si hay que destruir un edificio tan icónico como el Chrysler, pues es lo que toca. En este sentido el pudor en cuanto a destrucción de Michael Bay, es casi equiparable al de Roland Emmerich. Eso si, ambos en sus estilos concretos.
El reparto está encabezado por Bruce Willis y Ben Affleck, a quienes acompaña Liv Tyler (sí, acompaña, porque en esta película el papel de las mujeres es sumamente testimonial, o hacen las cosas mal o sufren, no hay más). Aquí tenemos tres generaciones (en cuanto a personajes) que representan las formas distintas de enfrentarse al gran problema, como es el compromiso o la responsabilidad, que al fin y al cabo la película va sobre eso, lo de salvar el mundo es una excusa. Willis es el padre que Affleck nunca tuvo, y éste es el novio que todos los padres querrían para su hija, aunque a primera vista no parezca el chaval más responsable de todos. Pero como sucede en muchos productos de acción, la persona donde realmente se muestra, es en su interior.
Para completar esta parte dramática de la historia (no convence, pero da lo mismo), el guion (escrito por nombres como J.J. Abrams o Jonathan Hensleigh, ambos tomando como historia la elaborada por Tony Gilroy y Shane Salerno (uno de los ‘padres’ de la historia de Avatar: El sentido del agua (James Cameron, 2022)) le proporciona a cada uno de los secundarios, una pequeña historia que trata de dar sentido a sus acciones. En algunos casos lo consigue, como el del personaje de Will Patton, pero en otros, simplemente sirve de elemento cómico en la historia y no aporta nada más que eso.
A día de hoy Armageddon resulta una cinta sumamente caduca en cuanto a valores, en cuanto a representación. Como producto de entretenimiento, casi que no tiene competencia y como tal es como se debería de medir. Por cierto, volvemos a estar en uno de esos casos en donde el apartado sonoro es realmente espectacular (música, efectos…), supera con creces a la imagen y a la narración.