Avalada por la cantidad ingente de libros vendidos por todo el mundo, la adaptación de la primera entrega de la trilogía de novelas Cincuenta sombras de Grey, tenía todos los visos para convertirse en una revienta taquillas. E. L. James, pseudónimo de Erika Mitchell, sin duda supo que trasladar las novelas al cine, era un filón de oro que no podía dejar pasar. A pesar de que muchos afirman que, como literatura, las novelas no aportan absolutamente nada, la adaptación es, si cabe, una demostración más de esta novela “fast-food”.
Para hablar de Cincuenta sombras de Grey, habría que partir primeramente de la intrascendencia de su historia. Momentos demasiado fáciles, otros bastante forzados y algunos que rozan casi la vergüenza ajena, conforman una serie de escenas que, aunque enlazadas con coherencia (la historia no se va por lo derroteros), no dejan absolutamente ninguna huella en el espectador. Es una cinta tan vacía, impersonal e insustancial que podemos verla mientras hacemos alguna que otra cosa, como mirar los mensajes del móvil o coger un puñado de palomitas y degustarlo con los ojos cerrados.
La directora Sam Taylor-Johnson ha creado una atmósfera fría, aséptica, en donde todo no transmite absolutamente nada, en donde los personajes deambulan sin emociones (sí, sin emociones y estamos hablando del amor y los tormentos), y donde cualquier atisbo emocional no es más que un espejismo en la pantalla.
Ni siquiera la estirpe de la que viene Dakota Johnson (Melanie Griffith y Don Johnson) ha conseguido sacar en esta joven, alguna que otra miga interpretativa. Y es que Dakota, a nivel presencial, si admite ser una Anastasia Steele, pero a la hora de hablar, la cosa se derrumba. Parte la tiene su escasa emotividad como intérprete, y otra parte, la tiene un guión construido únicamente para que las frases más populares de la novela, encajen bien en la historia.
Jamie Dornan, un desconocido prácticamente hasta esta película, esboza quizá algo más que Dakota en la construcción del personaje de Christian Grey. Pero le sucede lo mismo, a la hora de hablar todo son frases muy pensadas, demasiado perfectas y algunas con cierta comicidad. Dornan logra al menos transmitir con su mirada, lo que Grey es, un tipo obsesionado y traumatizado al mismo tiempo. Pero ojo, que nadie se venga arriba, sus capacidades fuera de momentos puntuales, son casi equiparables a la de su compañera de reparto.
Cincuenta sombras de Grey no convence en absoluto. Tampoco en las escenas algo más tórridas podríamos valorar el mérito de su realizadora (podría haber jugado con los elementos de éstas, con las luces, algunos planos algo más originales…). Todo se reduce a contraluces, planos cortos y algún que otro gesto de los protagonista. Absolutamente mascado y sobado hasta incluso por el cine para adultos.
Que nadie espere ver carne aquí. Cincuenta sombras de Grey está muy medida en ese aspecto. Cuida hasta el mínimo detalle para que se vea lo que hay que ver (en ese aspecto podíamos decir que hay hasta buen gusto). Quién sabe si con el tiempo habrá alguna edición sin cortar para el disfrute de los que creen que les engañaron en el cine.