Clint Eastwood siempre será recordado como uno de los grandes intérpretes de westerns. A día de hoy es un género bastante poco atractivo para el público y ha quedado relegado prácticamente a una audiencia que gusta por el cine más clásico. Aunque no quedan siempre algunas películas que aprovechan elementos de este género para contar historias algo más contemporáneas.
La historia nos sitúa en el mítico sueño americano, con esos pequeños pueblos de casas de madera, en donde los habitantes viven con la esperanza de encontrar en ansiado oro y establecerse como dignos americanos. En plena montaña, rodeados de árboles y rocas, y en donde la esperanza no parece perderse nunca.
El jinete pálido es además, una película, ya no sólo sobre el sueño, sobre un futuro, sino sobre el pasado, encarnado en el propio personaje de Eastwood. Un hombre del que apenas sabemos nada (no es importante para la historia), pero que defiende lo justo y que se ampara en la figura de un reverendo y de la que surgen muchas teorías, ¿era reverendo y ha perdido la fe? ¿era un asesino a sueldo y se apoderó de la vestimenta de su víctima? ¿es un falso predicador? Son muchas las preguntas que uno se llega a hacer, creando un halo de misterio en torno a un personaje que actúa más que habla (otra de las características del Eastwood western).
Y es que este western crepuscular habla sobre todo acerca del concepto de justicia. Trata otros temas como ese paso de la niñez a la adolescencia, refleja en el personaje de la pequeña Megan que despierta una terrible admiración por el personaje de Eastwood, hasta el punto en el que deja entrever que pasaría su vida junto a él.
Una película que cuenta a nivel técnico con una mas que notable fotografía de Bruce Surtees, que ya había colaborado con Eastwood en otros trabajos en donde el actor de San Francisco interpretaba a Harry Callahan, y en numerosos westerns (Infierno de cobardes (Clint Eastwood, 1073) o El fuera de la ley (Clint Eastwood, 2976)). Aquí tiene algunos momentos espectaculares (esos planos generales e incluso los del duelo final en el pueblo), sin abusar demasiado de los convencionalismos a nivel estético, género. Cabe destacar también la música de Lennie Niehaus, habitual del director, y que en ocasiones dota de cierto halo místico-religioso a la película.
El jinete pálido es una cinta interesante de ver, con buenas interpretaciones (sobre todo la de Eastwood) y con un mensaje demasiado claro. Es una buena oportunidad para descubrir a un director, aunque no sea precisamente una de sus películas más laureadas. Una película cuya historia, incluso a día de hoy, no resulta para nada pasada de moda.
Quizá 1985 fue uno de los años más importantes para el cine de aventuras juvenil, y es que hay dos títulos que marcaron y marcarían desde entonces, una generación como fueron Regreso al futuro (Robert Zemeckis) (la película más taquillera de aquel año) y Los Goonies (Chris Columbus). Pero en el caso del western ese mismo año se estrenó Silverado (Lawrence Kasdan), aunque la película daba más importancia a elementos dignos del cine de acción y aventuras que del western. La cinta de Eastwood, El jinete pálido se coló entre las nominadas a la Palma de Oro en Canne como mejor película. Igualmente logó superar en taquilla a títulos como Commando (Mark Lester, 1985), El honor de los Prizzi (John Huston, 1985) o Una habitación con vistas (James Ivory, 1985).
