Seis años después de publicar la primera novela protagonizada por el personaje de Jason Bourne, el escritor Robert Ludlum publica El mito de Bourne, segunda entrega que, dieciocho años después se adapta por primera vez a la gran pantalla, de la mano del británico Paul Greengrass.
Continuista en cuanto a su esquema, lo más llamativo de esta entrega resulta en su estilo, vertiginoso e imparable, creando así, un único concepto que uniría tanto a personaje como estilo.
Como hemos comentado antes, dirige Paul Greengrass (Surrey, 1955), director que se caracteriza sobre todo por un marcado estilo realista, con ritmos frenéticos, en donde la cámara, literalmente, no para quieta ni un momento. Anteriormente había dirigido el drama Bloody Sunday (2002), sobre la masacre de 1972 en Irlanda tras la marcha de protesta por los derechos civiles. Una obra incómoda pero llena de tensión y drama, imprescindible dentro de su filmografía.
A pesar de que Greengrass renueva bastante el estilo que Liman (aquí productor) la película, en cuanto a estructura, prácticamente no acomete muchos cambios. De nuevo las escenas de acción marcan un poco la tónica general de una cinta trepidante, con una buena historia, que mezcla ya no sólo la trama principal de Bourne, sino otra subtrama que sirve de enlace para que sigamos conociendo al personaje y seamos cómplices de como resuelve su pasado.
Damon vuelve a encarnar, siempre con atino y presencia, al agente retirado de Treadstone, y de nuevo vuelve a dejar claro que el trabajo físico en esta saga es, quizá, lo primordial. Fuera de esto, el actor sigue siendo solvente en un papel hecho ya a su medida y en el que está claro que se siente muy cómodo.
El mito de Bourne vuelve a recalcar demasiado ciertos aspectos del personaje, pero a la vez le hace avanzar dentro de su propio arco dramático (casi siempre a base de malas jugadas, pero va incluido en la historia), y nos deja un buen puñado de escenas memorables. El mito de Bourne deambula entre la continua búsqueda de los orígenes del personaje y una trama bastante estándar.
Al talento de Greengrass como creador de un ritmo frenético, hemos de añadirle en maravilloso trabajo de John Powell (vuelve a fabricar la música) con una banda sonora magnífica, que le va perfecto. En conjunto tenemos una cinta que, audiovisualmente es muy potente, pero continuista en muchas más cosas. Su estructura de «videojuego», no cambia prácticamente en nada.
Aún con todas sus pequeñas taras, la película está un poco por encima de su antecesora. Le salva un cambio de director que logra un producto fresco, potente, interesante.
