En 1938, el director/actor/guionista/productor Orson Welles llamó la atención de una gran parte de los oyentes de la CBS mientras narraba una supuesta invasión alienígena en todo el planeta Tierra. Aquello, desencadenó cierta fiebre por la ciencia ficción, y la historia de H.G. Wells se llevó incluso al cine en diversas ocasiones, quizá la más recordada sea la de Byron Haskin de los años 50, una suerte de película que mezclaba mucha comedia, unos efectos especiales notables, pero que no tenía unos personajes precisamente memorables.
Pasaron varios años y varias visiones (incluso el mercado de la serie B tanteó la idea con otros nombres) hasta que llega Spielberg, tan seguidor de aquello que hasta tiene una copia original del guion que radió Welles. Era una idea que planeaba en su cabeza desde hacía tiempo, pero el estreno de Independence Day (Roland Emmerich, 1996) le hizo retrasarla. No quería que su visión fuera la de un gran espectáculo.
Su alianza con Tom Cruise en la magnífica Minority Report (2002) le reencuentra con la historia y con el actor, que por aquel entonces ya estaba consolidado también como productor a través de su productora C/W (aliado junto a Paula Wagner, a quien Cruise la debe media carrera), y juntos repiten en La guerra de los mundos (2005).
En la película, Cruise interpreta a Ray, un hombre separado que trabaja en el puerto viviendo el día a día. No es un padre modelo y su mujer, que ya ha rehecho su vida, tampoco tiene una buena imagen de él. Un fin de semana, mientras está con sus hijos, son testigos de una invasión alienígena. Juntos, deberán superar varias adversidades.
Novena adaptación literaria de Spielberg, en donde claramente guarda un tono serio (se comenta que bastante fiel al relato original) y sobre todo un retrato americano sobre el miedo al invasor, y la necesidad de proteger a la familia. Una idea que ha planeado varias veces sobre la filmografía del director. Valores sencillos, conservadores, pero sobre todo vigente incluso a día de hoy.
La película tiene algunos momentos realmente fascinantes, otros no tanto y algunos un poco obvios, pero sobre todo el director sabe manejar muy bien el equilibrio entre lo dramático, la aventura y el espectaculo, eso sí, sin necesidad de mostrar grandes batallas entre humanos y extraterrestres, no es la intención de Spielberg. Dota a numerosas secuencias de un halo misterioso, algunas incluso rozan el terror (inolvidable aquella con Tim Robbins, retrato de ese patriota loco, muy «trumpiano»).
Pero donde realmente se la juega La guerra de los mundos es al hablar de sus personajes. Ray, ese retrato de padre desastroso, despreocupado, que vive el día a día, sin importarle demasiado sus hijos (se lo recuerdan en más de una ocasión, son hijos marcados por un padre ausente) y al que le importan bastante poco los demás. Un tipo impulsivo pero que con todo y con eso, el guion se las apaña para que consiga caernos bien y empatizar con él.
No hay necesidad de hablar del propio actor, Cruise es y siempre será solvente, al margen de que la historia/personaje no le permitan mucho más, pero seguramente no será culpa suya. Aquí está muy bien acompañado por secundarios de la talla de Tim Robbins, Miranda Otto o la, por aquel entonces, pequeña Dakota Fanning, en un papel absolutamente adorable y traumático.
A priori la película podría parecer una sucesión de ‘set pieces’ con un hilo conductor, teoría respetable y quizá su montaje de para pensar así. Pero el resto de elementos que la conforman (fotografía, música, sonido…) la convierten en una pequeña joya a reivindicar. Ya no sólo por ese nivel técnico de altura que tiene (hablamos de una película de más de 120 millones de dólares de presupuesto), sino por su forma de tratar a los personajes, muy fiel, muy bien desarrollados…
La guerra de los mundos puede gustar o no, quizá no es una película de grises, pero no hay duda de que está hecha con estilo, con gusto y con intención. Buenos personajes, buena historia, muy bien hecha a nivel de efectos visuales, y sobre todo sabe crear mucha tensión cuando es necesaria, jugando en esos límites con el terror.
