Roland Emmerich se ha destapado, desde hace unos cuantos años, como el nuevo rey de los taquillazos, de lo que en los Estados Unidos llaman “blockbusters”. Independence Day (1996) supone su segundo golpe en taquilla, con una historia que, a pesar de no ser demasiado nueva, cuenta con dos elementos interesantes que la convierten en atractiva para el gran público: su reparto y su guión.
Quizá la mayor pretensión de una cinta como Independence Day sea simplemente la de entretener. Emmerich es consciente de sus limitaciones como historia y para ello ha de apostar por otros elementos mucho menos profundos para que la cosa funcione.
En la película confluyen varios temas, con intentos de generar varias subtramas que, finalmente, confluyen en ese final tan clásico como evidente, con tintes patrióticos al más puro estilo “made in USA”. Eso es lo que se busca, no hay más límites que los que el propio Emmerich se ha marcado en una cinta que cuenta con un presupuesto mucho mayor que su anterior películas, Stargate: puerta a las estrellas (1994), y que además luce bien en pantalla.
Al nivel técnico, hay que añadir un reparto con mucho carisma, con escasa (o nula) profundidad en personajes (tampoco se busca) pero que simpatiza al momento con el público. Will Smith, Jeff Goldblum o Randy Quaid, conectan muy bien con el público, por lo que no hay tampoco mucho por donde atacarles.
Siempre y cuando uno entre en su juego, Independence Day puede resultar un entretenimiento absoluto. Uno tiene que saber a qué se va a enfrentar, a qué va a jugar y si quiere ser partícipe de la “americanada” de Emmerich.
Quizá habría que hablar de ella desde dos puntos de vista diferentes. Por un lado como producto de entretenimiento y, como película. Está claro que Emmerich no ha venido a descubrirnos nada nuevo, no va a revolucionar nada, pero al menos nos sigue dejando buenas sensaciones de que el cine, a veces, es simplemente pasarlo bien, entretenerse y poco más.
La película de Roland Emmerich es considerada uno de los mayores éxitos de la historia del cine de ciencia ficción, consiguiendo superar los 870 millones de dólares de taquilla mundial. Superó a cintas tan taquilleras como Twister (Jan de Bont, 1996), Misión: Imposible (Brian de Palma, 1996) o La Roca (Michael Bay, 1996). Sus revolucionarios efectos especiales, que incluían una batalla aérea entre aviones de combate y naves espaciales, les hizo ganar un Oscar.