Segundo trabajo de la cineasta francesa Coralie Fargeat (París, 1976) tras la más que notable y gamberra Revenge (2017). Si en aquella cinta, el empoderamiento femenino y la venganza, se unían para destruir el machismo más detestable, la directora da un giro y nos presenta una propuesta interesante a la par que grotesca, sobre cómo la sociedad trata y ve al sexo femenino.
Con una inmensa Demi Moore, la película arranca con un siniestro e inquietante plano, en donde nos marca ya, de golpe, las bases sobre las que va a girar la película. No hay duda de que la cinta es directa en todos sus aspectos, hasta en cualquier título que aparezca en pantalla. A partir del primer momento, somos conscientes del espectacular trabajo a nivel visual que Fargeat ha trabajado para esta película. Paleta cromática, puesta en escena impactante, diálogos… los justos (que la imagen hable por sí sola que en esta historia tiene mucha importancia), y un nivel de efectos especiales prácticos, realmente impresionante.
Y es que el personaje de Elisabeth Sparkle (muy bien escogido el apellido) representa en La sustancia, la figura del éxito, eso sí, un éxito conseguido (o eso se nos da a entender) únicamente por la imagen que transmite, una mujer atractiva, esbelta y atlética que, durante años, ha sido la número uno en un programa de televisión en donde sus componentes, se dedican a cultivar sus cuerpos.
Detalles tan maravillosos que nos hablan de su éxito a través de una puesta en escena tan interesante (en los estudios de televisión, en su vivienda en donde el elemento decorativo más llamativo, es una gigantesca fotografía de ella años atrás) marcan al espectador, sabe que esta película no le dejará indiferente. Que el tiempo (y los que deciden) te lo arrebate supone un mazado considerable para ella y ese deseo de mantenerse arriba es el detonante para toda la historia.
Su imperiosa necesidad de que éste no pase, algo que incluso en la sociedad actual se ve a diario, es una constante lucha entre ella y su “alter ego” una joven escultural, joven, muy atractiva y con un magnetismo que atrapa a cualquiera (muy bien interpretada por Margaret Qualley). Una lucha que se traslada del interior de Elisabeth al exterior, y que se vuelve una absoluta locura cuando la ambición entra en escena. Una ambición que las destruye.
Podríamos incluir sin problemas a La sustancia en el subgénero del ‘body horror’, y Fargeat experimenta con los cuerpos . Le da lo mismo si es hermoso o no. Ya demostró su exquisitez a la hora de retratar cuerpos femeninos en Revenge, y aquí vuelve a hacerlo, apostando por una imagen muy sugerente (sobre todo cuando se trata de Qualley) que incluso roza en algunos momentos, el erotismo ochentero.
La sustancia quizá peca de ser una cinta demasiado larga, sí. Su último trago final (o finales), es un excesivo festival hemoglobínico, que no termina de convencer demasiado al personal. Y no por su violencia (que la hay en toda la película, y explícita) o extravagancia, sino por lo innecesario de tener que alargar tanto las cosas.
Dentro de toda esta enorme burbuja fémina (y feminista) ¿cómo quedan los hombres? Y aquí hablamos de la presencia de Dennis Quaid (que sustituyó a última hora a Ray Liotta, fallecido antes del rodaje y primera elección de Fargeat). Un personaje que roza lo paródico, excesivo también, pasado de vueltas y con el que nos resulta fácil sentir repulsión. En general, y como ya pasó en Revenge, los hombres no salen tampoco muy bien retratados, pero… es que la realidad, muchas veces, supera a la ficción.
La sustancia es una película muy recomendable, no tanto para los de estómagos sensibles, pero si es una película con enjundia, con capas, con mensajes, con detalles, hecha con muy buen gusto y desagradable al mismo tiempo, con una imagen muy pensada y con unas interpretaciones a la altura. Fargeat nunca deja indiferente, casi como su compatriota Ducournau, lo que le ha valido que estemos pendientes de cada título que hace.