Ver a Mike Flanagan en los títulos de crédito o en el cartel de una película, automáticamente nos lleva a pensar que estamos ante una cinta de terror. Con La vida de Chuck, el director norteamericano se ha querido dar un pequeño respiro (tranquilos, está negociando una nueva entrega de la saga de El exorcista… no se si ponerme a temblar o a dar palmas, la verdad) y nos trae una historia alejada totalmente de ese género, aunque tiene una pequeña conexión. Y es que La vida de Chuck se basa en un relato corto de Stephen King, autor del que Flanagan ya ha adaptado dos libros, El juego de Gerald (2017) y la secuela de El resplandor, Doctor Sueño (2019). El buen “rollo” que hay entre el escritor y el director, parece que sigue dando buenos frutos.
La vida de Chuck es como un drama dividido en tres actos. Tres etapas en la vida del protagonista, contadas sin un orden cronológico en donde nos relata hechos que considera importantes en su vida, y que han fraguado la personalidad que el personaje tiene.

Es una película que se toma su tiempo, no es demasiado ágil, sobre todo en sus primeros minutos, pero tiene algo que puede removernos por dentro si somos especialmente sensibles con temas como el paso del tiempo, las decisiones en nuestra vida que han marcado la misma o temas algo más comunes como el amor. Y es que La vida de Chuck toca la fibra interna del espectador, pero… como dicen, hay truco.
Flanagan, que también escribe el guion, va por lo fácil, tocando aspectos y temas bastante mundanos, apenas destaca en ese sentido. Lo que realmente le da cierta sensibilidad a la película es su reparto y sobre todo lo que acompaña a que la historia se vaya… creciendo. El montaje, la banda sonora o la fotografía (de Eben Bolter (The Last of Us (2023) o Slow Horses (2022)) plantan el mantel para que este delicioso, aunque algo indigesto drama, vaya sembrando poco a poco lo que termina por ser un ejercicio que en ocasiones roza tanto lo teatral como lo excesivamente empalagoso.

Y que conste que los trabajos de Tom Hiddlestone, Jacob Tremblay, Karen Gillan y Mark Hamill están más que correctos, pero durante toda la película, sobrevuela un pequeño aire de pretensión dramática que puede llegar a resultar algo exasperante. Para algunos puede no resultar molesto, pero para otros puede ser una muestra de cartas demasiado evidente y, por ende, ya estarían predispuestos a que, en su tramo final, la película les pareciese muy floja.
La vida de Chuck tiene momentos que resultan estimulantes y nostálgicos (esas conversaciones entre nieto y abuelo (Hamill, de lo mejor de la película) o ese baile al principio entre Hiddlestone (que ya ha demostrado en algunos programas de televisión sus dotes de bailarín) y Annalise Basso, por que… la vida es amor, es bailar…. En general todo lo que nos enseña momentos muy puntuales del pasado del protagonista. Pero en conjunto, sin parecer una película absolutamente redonda, es un ejercicio con cierto interés.

La valentía de Flanagan de salir de su ‘zona de confort’ también hay que valorarlo y aquí demuestra que también puede hacer cosas fueras de la misma, aunque no sean del gusto de todo y a pesar de que su planteamiento, interesante, resulta más sugerente en el papel que visto en pantalla. ¿La película nos dejará poso? posiblemente si entramos en ella, para que nos vamos a engañar, pero es que está preparada para eso.







