Tomando como base la película italiana (no estrenada en España, por cierto) Perfetti sconosciuti (Paolo Genovese, 2016), el director vasco Álex de la Iglesia, recicla la idea y la traslada a nuestro terreno, pero básicamente la estructura es la misma.
De la Iglesia, retratista del ser humano en todas sus situaciones y siempre desde un punto de vista cómico, deja un buen sabor al final de toda la cena, sobre todo por la interesante mezcla de ingredientes que Perfectos desconocidos tiene.
Empezando por su reparto, lleno de nombres relevantes cuyos roles cumplen de manera eficaz y sólida, empatizando fácilmente con ellos tanto en lo bueno como en lo malo. Ernesto Alterio y Eduard Fernández quizá destaquen por encima, pero el poso que dejan todos es bastante similar. Lo mismo sucede con el reparto femenino, dicho sea de paso.
Como ya sucedió en El bar (Álex de la Iglesia, 2017), el director vuelve a reducir tanto espacio como reparto a la mínima expresión. Así, y sólo así, la historia se concentra y exige más a cada uno de los personajes. Aquí la transformación de cada uno resulta tan asombrosa como hilarante, y las situaciones planteadas generan comicidad por los cuatro costados, casi como si de una comedia de enredo se tratase, o de una pequeña obra de teatro.
Perfectos desconocidos habla de esos secretos que tenemos todos, de la necesidad que algunas personas tienen de tener una especie de segunda vida, porque no se atreven a dar el paso definitivo (¿?). Habla también de la amistad, de los prejuicios que la sociedad actual impone, de esas ataduras a las que estamos sometidos a diario, esa especie de (excesivo) control sobre nuestras vidas que ejercemos.
Haciendo pareja como casi siempre con Jorge Guerricaechevarría, el guión de Perfectos desconocidos, sin embargo, esconde algunas pequeñas lagunas o pistas falsas que, al final, no terminan por llevarnos a ninguna parte. Pero son pocas, se le perdonan y resultan casi anecdóticas.
Si hubiera que ponerle alguna pega a la película, sin duda sería su desenlace. Confieso que no he visto la cinta de Genovese, pero el final de la versión patria sin duda es bastante flojo, no termina de culminar y resulta escaso para el espectáculo que acabamos de presenciar. De la Iglesia vuelve a dejar entrever que lo suyo no son los finales, una lacra que le persigue desde hace ya unas cuantas películas. No parece saber cómo terminar una historia con fuerza.
Perfectos desconocidos resulta simpática, cómica, entretenida y un verdadero ejercicio sobre el comportamiento humano. Es una película muy ágil, con un ritmo atrevido y muy bien dosificado, en donde resulta casi imposible aburrirse.