Con la firme intención de centrarse en otros proyectos, John Krasinski (Newton, Massachusets, 1979) abandona la dirección de una de las sagas que más éxito le ha dado, la de Un lugar tranquilo. Aún con rumores de que en unos años se estrene una tercera parte, podemos calmar nuestras ansias de silencio con Un lugar tranquilo: Día 1, o lo que es lo mismo, una precuela de la película de 2018, que protagonizó el propio Krasinski con su mujer, Emily Blunt.
Si las anteriores entregas (la segunda se estrenó hace cuatro años) tenían un alto componente de terror y suspense, con esta nueva película, estos elementos parecen diluirse, pero sin desaparecer durante toda la película. Y es que uno de los principales méritos de Un lugar tranquilo: Día 1 es su capacidad de reinventarse dentro de una saga que, lo mismo sería recomendable no alargar más de la cuenta.
La fórmula siempre es la misma, la capacidad humana de supervivencia, todo ello enmarcado en un ambiente absolutamente hostil y desolado. Pasamos del campo a una jungla de asfalto como puede ser la ciudad de Nueva York. La ciudad que nunca duerme y donde pasa siempre todo lo malo. Y como hemos comentado, la cinta reinventa de alguna forma la historia, aportando más carga dramática a la misma y dejando el suspense (ya prácticamente no hay terror) para algunas escenas concretas, aquellas en las que sea necesario levantar un poco todo y poner a prueba a los personajes. No es una película de héroes.
En ese sentido es bastante interesante lo que se ha construido con ella. Una historia crepuscular, con personajes bien interpretados, escenas bien realizadas y con la importancia del sonido que siempre ha mantenido esta saga. La película recicla ciertas ideas de las anteriores, como la idea del hogar (sea donde sea), la familia (aunque ya no esté) o el valor.
La dirección de Michael Sarnoski (a quien Krasinski eligió tras ver su «opera prima» Pig (2021) con Nicolas Cage), no llama especialmente la atención, y aunque le añade otro estilo, no se sale de la ruta que el guion plantea. Y es que hay que ser justos, la película a nivel narrativo no se mueve, tiene un objetivo, ir de A a B y durante el trayecto ponerles las cosas a los personajes difíciles mientras conocemos algo sobre sus motivaciones o sobre su pasado. Si hemos visto la reciente Civil War (Alex Garland, 2024), podremos hacernos una idea de la estructura de la que hablamos.
La presencia de Lupita Nyong’o siempre es un aliciente. Un personaje gastado, sin ninguna fe y para quien su pasado y sus recuerdos son su hogar, sólo allí se sentirá feliz (muy buen guiño esa canción final de Nina Simone). Joseph Quinn (el “metalero” de la serie Stranger Things) sirve de punto de apoyo para que ella consiga su objetivo. En el fondo, en la fórmula está el que ambos personajes se complementen para superar cualquier obstáculo y, de paso, superar algunos miedos o traumas que tengan. Los acompaña esa especie de ángel de la guarda que aparece en momentos críticos para ambos personajes y representada por un gato.
El peso de la película recae no sólo en la pareja protagonista (prácticamente hay muy pocos secundarios) sino también en el nivel técnico que hay. No sube el listón, y mantiene bien el tipo. Tampoco es una película que esté preocupada por ser mucho más.
Aunque la cinta tiene algunos flecos por cortar, y su final no es precisamente lo que uno pueda esperar (previsible y bastante desazonado) se agradece que se hayan tomado la molestia de reinventarse, con una película que, manteniendo su esencia, consigue captar nuestra atención igualmente.