Sobre la novela de Sara Gruen, el director Francis Lawrence construye una enternecedora adaptación que, no exenta de diversos “parches” para hacerla más tragable, agradece de una forma bastante amena toda una historia de pasiones, ambiciones y, por supuesto, romance. Y es que la trama de Agua para elefantes eleva el melodrama a grados, cuanto menos, nostálgicos.
Los triángulos amorosos siempre han funcionado en el cine, desde Casablanca (1946) hasta incluso este título, el colocar al amor a expensas de lo que suceda entre tres personas, es un aliciente para poder disfrutar de una historia, cuanto menos, apasionante. En este aspecto, Lawrence se ha mostrado muy clásico, retratando a los personajes, típicos (todo hay que decirlo) pero dotados de una delicadeza y honestidad, que contrarrestan lo anteriormente dicho y dejan a la historia fluir desde el principio.
Pattinson, intenta y por momentos lo consigue, quitarse la etiqueta de vampiro crepuscular. El chico tiene aptitudes para llegar a buen puerto, simplemente hemos de dejarle volar. Y es que como a Daniel Radcliffe, el estar pegado a una saga tan conocida, no siempre es bueno. Pero lo dicho, tiempo al tiempo. Su “némesis” en cuanto al amor se refiere, Christoph Waltz, está espléndido, en un ambicioso y despiadado personaje, cuya justificación quizá se echa un poco en falta, a pesar de que ciertas pinceladas nos hacen intuir su pasado. Flojea en cambio la, también oscarizada, Reese Witherspoon, cuya fría interpretación apenas crea simpatía con el respetable.
A pesar de contar con un reparto algo irregular, Agua para elefantes luce bien como melodrama modesto, pero no como gran superproducción. Seguramente no sea su intención, pero manejarla bien desde el primer momento deja claro que Francis Lawrence es un director correcto y funcional.
La historia no es sólo un retrato temporal, sino también una historia sobre la ambición del ser humano, sobre la evolución de un joven en su madurez como persona, y sobre que contra el amor, poca cosa puede uno hacer. Tiene momentos memorables, otros quizá le restan su interés, pero al menos, y de forma efectiva, logra entretener en casi todo su metraje. Pero el punto fuerte de Agua para elefantes, además de su historia, es su puesta en escena. Una exquisita y cuidada ambientación (que la salva de convertirse en un caro telefilme) nos zambullen en la época crítica de los Estados Unidos, en unos tiempos duros, donde para abrirse camino era válido cualquier cosa.
Y además de su ñoña (en el buen sentido) historia de amor entre los dos protagonistas, también se encuentra la paquidérmica figura de Rosie. Herida, por dentro y por fuera, vaga por la película casi como un títere mudo, siempre espectadora y sumisa, y quizá para muchos no tenga el suficiente protagonismo que merece, pero también es un gancho para la historia, es quizá la unión entre lo que fue Jacob y en lo que se ha convertido. Ella es quizá también nuestra guía dentro de ese mundo circense que Lawrence quiere darnos a conocer e incluso hacernos partícipes.