La nueva trilogía basada en el universo creado por Pierre Boulle en 1963 con su novela El planeta de los simios, sirvió de acicate para que el público volviera a interesarse por él. El mal sabor que dejó la versión de Tim Burton en el 2001 alejaba a muchos de una nueva revisitación de este clásico de la ciencia ficción. Pero un avispado Rupert Wyatt y, sobre todo, el matrimonio Rick Jaffa y Amanda Silver, lograron despertar el interés y hacer uno de los inicios de sagas más interesantes de los últimos años, El origen del planeta de los simios. Las sucesivas secuelas, no estaban a la altura, aunque supieron mantener igualmente el interés y sus resultados en taquilla así lo demuestran.
Con Wyatt y Matt Reeves fuera de la saga como directores, le tocaba el turno a una continuación que tratara de expandir más la historia que, muy posiblemente, desemboque en los sucesos que iniciaron este universo en la película de Schaffner de 1968. Pero para eso, parece ser que quedan, se comenta, unas nueve películas todavía. Si será necesario, si se estirará demasiado la historia… sólo el tiempo nos lo dirá.
Para manejar una historia de ciencia ficción, con grandes escenarios, personajes que evolucionan y unos efectos especiales para quitar el hipo, era necesaria la mano de alguien que tuviera experiencia (y si además era con la Fox, pues mejor que mejor). El director Wes Ball ya tenía una amplia experiencia ya no sólo en el apartado visual sino en el manejo de todos esos elementos. Su trilogía sobre las novelas de James Dashner, El corredor del laberinto, le abrieron la puerta para poder hacerse cargo de una saga de tanto peso como ésta.
La dirección de Ball aporta agilidad, unas escenas de acción convencionales, pero bien rodadas y una transición de personajes que resulta interesante. Enormes espacios abiertos, apocalípticos, devorados por la naturaleza… para Ball eso es familiar y su inclusión dentro de esta saga es más que justificada. Su sello es bastante sutil (sobre todo a nivel de planos y puesta en escena) y a la película, hay que reconocerla que le cuesta un poco arrancar (los primeros 40 minutos puede dejarnos algo distraídos). Pero una vez entramos en faena, El reino del planeta de los simios resulta bastante entretenida que, en resumidas cuentas, es lo que más se pide.
Despojada de los personajes que aparecían en la anterior trilogía, aunque se mencionan, esta película habla de valores ya conocidos, pasea por lugares comunes en la saga y plantea dilemas que no van a sorprender. En ese sentido la cinta, sin llegar a sorprender demasiado, no tiene demasiados matices nuevos dentro de su historia. La convivencia entre los simios y los humanos, el respeto entre ambos, la honorabilidad, la valentía, el miedo… valores muy comunes con los que la película va jugando durante sus más de dos horas de duración… sí, puede que le sobre un poco.
Un desenlace un tanto atropellado (de esto también adolecían las secuelas de la de Wyatt) pero un nivel técnico soberbio (sobre todo en los detalles, luego tiene cosas que…) demuestran una enorme apuesta por seguir con una saga que trata de ampliar con cada película, ese universo lleno de violencia y una especie de caos ordenado.
El reino del planeta de los simios supone un respiro agradable, una cinta muy bien hecha que, o te interesa o no. No aspira a que su guion, que en este caso no es de la dupla Jaffa/Silver, resulte profundo o no, simplemente a dejarnos llevar por su historia. La trama deja puertas abiertas, preguntas y dilemas, tiene muchas conexiones y guiños con las cintas clásicas y los personajes están bien tratados, evolucionando poco a poco según las vicisitudes de la historia.
Cine palomitero, posiblemente, alejado de la complejidad moral que suponen las cintas originales, al menos las dos primeras, pero efectivo al cien por cien. Ball vuelve a erigirse como uno de los directores más amable y honestos del cine actual.