Hablar del cine de Spike Lee es, obligatoriamente, hablar de un cine denuncia, de un cine reivindicativo, hablar sobre opresión, sobre personajes atormentados por su estatus en la sociedad. Y es que el norteamericano tiene una de las filmografías más completas sobre el conflicto racial, y su última criatura, Infiltrado en el KKKlan (Spike Lee, 2018) no iba a ser menos.A pesar de haberse tomado cierto “descanso” desde hacía unos años acerca de su temática favorita, podemos decir que Lee no ha cosechado el mismo éxito. Así lo demuestran títulos como Plan oculto (2006) o la revisión que hizo de Oldboy (2013).
Spike Lee se postula enseguida, aunque quizá sobre decirlo. El director permite a sus personajes deambular entre el drama, el thriller y sobre todo la comedia. Un toque muy sutil que le da a la película un aire diferente, tomando situaciones grotescas y sangrantes, y dándoles un toque de humor para que resulten, hasta incluso, ridículas. Si bien es cierto que el humor de Infiltrado en el KKKlan es muy particular, que nadie se espere carcajadas con ella, no es precisamente lo que se pretende.
La crítica que subyace bajo la película es también, relativamente fácil. Se permite el lujo de pintar al “Klan” poco mas o menos como de paletos cuya obsesión por la supremacía americana del “gran hombre blanco” roza en ocasiones lo hilarante. Básicamente, Lee se ríe en su cara, colocando personajes con pocas luces, pero que definen muy bien la idea que se quiere transmitir.
En contraposición, coloca a un protagonista (el actor John David Washington, con quien ya trabajó en Malcolm X (1992)), un hombre inteligente, audaz y con la firme decisión de lo que hace. Aunque con flaquezas cuando entra en escena una joven idealista con la que parece entablar una amistad (o algo más). Es un personaje con pocas fisuras y la interpretación del Washington sin duda es bastante buena.
Le sucede lo mismo a su compañero de comisaría, Adam Driver. Mas allá de haberlo visto como villano en las nuevas películas de Star Wars, quizá sería a quien más destacaría, aportando una presencia en pantalla y una solidez que hacen que su papel sea creíble. Su personaje, judío, debe impostar ser uno más de “Klan” y las diversas formas en las que evade preguntas o ingenia excusas, suponen todo un aliciente para verlo en pantalla.
A grandes rasgos, Spike Lee hace una película muy correcta, un poco larga, pero bastante interesante. Una historia que, incluso sigue vigente a día de hoy (desgraciadamente) y que Lee se encargar de contemporizar en los minutos finales.
No es quizá su obra más profunda, pero si que supone un gran soplo de aire fresco a su filmografía, plagada últimamente de más fracasos que de éxitos.