Fue en el año 2018 cuando el personaje de «Leatherface» (o ‘caracuero`) aparecía en una película, concretamente en Leatherface (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2017). Aquella cinta contaba un poco la génesis de uno de los personajes más icónicos del género de terror. Un personaje que ha tenido secuelas, ‘reboots’ e incluso ‘reborns’, cada uno con sus cosas buenas y no tan buenas. Lo que aquí se propone es una secuela directa del filme de Tobe Hooper, del que han pasado la friolera de 48 años, el mismo tiempo que ha transcurrido en la trama.
Tratar de esperar algo nuevo de un producto de este tipo, a día de hoy, es cuanto menos una ilusión. Y dicho esto, que no es malo, por otro lado, nos encontramos ante un producto para el público que le gusta el terror, y que afortunadamente no esconde la violencia y la sangre como si hacen muchos productos similares que se estrenan en circuito de salas. Tiene un par de escenas que bien merecen darla una oportunidad.
Es quizá una de las cosas que más llama la atención de una película que, a pesar de sus logros, no representa novedad alguna en el panorama cinematográfico actual. Tampoco creo que sea su intención, sinceramente. Si su principal objetivo es entretener durante unos poco más de ochenta minutos, lo consigue, y eso ya es un logro.
La historia de esta continuación, nace de la mente de Fede Álvarez y Rodo Sayagues, los mismos artífices de títulos como No respires (Fede Álvarez, 2016) y secuela, o del ‘remake’ de Posesión infernal (Fede Alvarez, 2013). La trayectoria de ambos creadores es una buena carta de presentación para saber qué nos vamos a encontrar en esta película que, sin embargo, no apuesta por elaborar un poco más, o desarrollar, algunos aspectos.
Parte de numerosos clichés, entre ellos la absoluta despreocupación por los personajes, un hecho que hace que la empatía por ellos sea nula y que su muerte secuencial resulte importarnos bastante poco o nada. Podríamos salvar al personaje de Lila, marcado por una tragedia en un instituto, pero que realmente no sirve de nada en la historia y salvo contadas ocasiones (con los dedos de una mano) el guion no recurre a su drama para enfatizar demasiadas acciones. Más bien suena a excusa para que, al menos, haya un poco que rascar en los personajes.
Si que la película se actualiza bastante bien al contexto social actual, en donde prima la imagen, lo instantáneo ante cualquier cosa. Un elemento que podría haber dado mucho juego, y que sin embargo también pasa de puntillas en la historia.
Por lo demás, nada que no hayamos visto en cintas previas como la versión de Marcus Nispel (2003) o la de Jonathan Liebesman (2006), La matanza de Texas: El origen. Igualmente recupera un personaje de la cinta original, casi emulando a lo que han hecho con la saga de Michael Myers, sólo que la muerte en 2014 de la actriz original, ha hecho necesaria una suplente. Eso sí, el peso es bastante menor dentro de la trama, si lo comparamos al que tiene Jamie Lee Curtis.
Es pues una película entretenida, que no pretende muchas cosas, y que al menos no tiene concesiones a la hora de mostrar violencia, sangre y casquería. Su director, un prácticamente debutante David Blue Garcia, firma una cinta correcta y con poca novedad en su contenido.
Fue en verano del año pasado cuando la plataforma Netflix se hizo con los derechos de esta nueva producción, por lo que ya se sabía que no iría al circuito de salas.
Netflix ha pagado por su exclusividad por lo que sólo se puede ver en su plataforma.
