La carrera de Juan Antonio Bayona (Barcelona, 1975) es quizá una de las más deseadas por cualquiera que quiera dedicarse a esto de dirigir películas. Atrás quedaron los años en los que se hacía pasar por periodista para ver películas en Sitges, o los vídeos musicales de OBK o Hevia. Fue precisamente en Sitges, en su mítico y prestigioso festival, donde conoció a Guillermo del Toro, su mentor (como él dice) y tras producirle su primer debut cinematográfico, El orfanato (2007) su trayectoria ha ido en ascenso, codeándose con nombres del séptimo arte como Steven Spielberg, Naomi Watts, Ewan McGregor, Sigourney Weaver o Eva Green.
A pesar de que la historia de La sociedad de la nieve nos la sabemos, ya no sólo porque es casi cultura popular, sino por la cinta ¡Viven! (Frank Marshall, 1993), resulta casi imposible no empatizar y no sentir algo con ella, con sus personajes y con sus situaciones. Aun así, uno de los principales lastres que encontramos en la cinta de Bayona es que puede costar emocionarnos con ella. Todo es trágico, terrorífico, dramático… pero no termina de llegarnos directos al corazón. Un pequeño defecto del que, por ejemplo, Lo imposible (2012) no adolecía en exceso, a pesar de su excesivo melodrama.
El regreso al drama del director español, que vuelve a tomar como referencia una novela para contarnos una tragedia real, no hace más que evidenciar la tremenda calidad que, como realizador tiene. Y es que, a La sociedad de la nieve, pocas pegas se la pueden poner a nivel técnico. Una más que espectacular fotografía que va desde impresionantes planos de las montañas, hasta detalles tan minuciosos que se ha dedicado en mostrar sobre cómo sobrevivieron esas personas a casi 4.000 metros de altitud, en mitad de la nada y con temperaturas realmente duras.
Narrada desde un punto de vista interesante y que la convierte en una película más rica todavía, su comparación con la cinta de Marshall puede ser el gancho fácil. Hablar de que una es mejor o peor que la otra quizá suene un poco atrevido, pues cada una tiene una visión personal de lo sucedido. Bien es cierto que mientras la de Marshall tomaba como base el libro del británico Piers Paul Read (escrito dos años después del desastre), Bayona ha decidido esperar (ya no sólo por temas de presupuesto) a que la historia se madurase más y para ello tiene el libro homónimo del uruguayo Pablo Vierci publicado en el 2009. Está claro que las posturas de Marshall y Bayona son diferentes, y cada uno ha abordado la cuestión desde su punto de vista.
Pero volviendo a La sociedad de la nieve, la película puede hacerse larga para algunos. Posiblemente con media hora menos, la cosa habría resultado prácticamente igual, pero aun así y sabiendo que Bayona podría estrenar una versión con una hora más metraje, no resulta una película demasiado larga, si un tanto redundante (reitero, sobre todo si tenemos fresca la cinta de Marshall), pero lo suple con un desarrollo de personajes bastante elaborado, eso sí, con algunos peros. Resulta fácil, en ocasiones, perderse un poco entre ellos.
Y es que el hecho de tener a un reparto desconocido tiene sus ventajas. No hay héroe, hay héroes, hay equipo, hay unidad. Nadie destaca sobre nadie, y aunque hay personajes que tiene más diálogos o presencia en pantalla (porque en su momento llevaron la voz cantante), en general hay bastante equidad en cuanto a protagonismo. No podemos decir que haya un solo protagonista. Es una cinta coral, llena de emociones (no llegan del todo, eso sí) y con un nivel técnico sobresaliente. Y aquí englobamos ya no sólo la maravillosa imagen, sino todo lo que la acompaña y hace que lo que vemos en pantalla sea todavía más real, ayudando al espectador a sentir como si estuviera con los muchachos.
La sociedad de la nieve tiene además un villano especial, la montaña. ¿Soñó Bayona alguna vez con filmar unas montañas así? Es un personaje más, quizá el más importante, el que les separa de la vida, de los suyos.
Sin ser una película absolutamente redonda, La sociedad de la nieve si es quizá la cinta más completa de su director. Su lacónica música (vuelve a trabajar con Michael Giacchino) en donde predominan sencillas melodías de cuerda (recuerdan un poco al estilo utilizado por Fernando Velázquez en Lo imposible) consiguen transmitir esa sensación de drama y desamparo. Aunque Bayona peca a veces de ser excesivamente dramático, aquí se muestra algo comedido, sabe qué material tiene entre manos y su deseo es tratarlo con el mayor respeto posible. Es una película que, incluso al terminar, se sigue masticando y masticando.
Aunque se trata de una producción de Netflix (que por cierto, le dió carta blanca a Bayona para que filmara la película que quisiera) y lo que eso conlleva, sí se ha estrenado en el circuito de salas comerciales, eso sí, en pocas, lo mismo que sucedió con El irlandés (Martin Scorsese, 2019).
Quizá a día de hoy queden algunas salas donde se proyecte, sino, siempre nos queda recurrir a Netflix.