Hace unos años, una terrible catástrofe arrasó parte de las costas tailandesas. Juan Antonio Bayona ha tomado una de esas historias que acompañaron aquel fatídico suceso y la utiliza como telón de fondo para una historia humana sobre la familia y el sufrimiento.
Aparte de su increíble éxito en taquilla, hablar de Lo imposible, supondrá durante un tiempo (quizá para siempre), hablar de una de las cintas más internacionales de nuestro cine, un cine que no vive precisamente en estos momentos una de sus mejores épocas. El director catalán Juan Antonio Bayona se ha decantado por una historia más humana para su segundo largometraje, despegando de forma asombrosa una carrera que ya apuntaba con El Orfanato (2007).
Aparte de elevadísimo nivel técnico que Bayona demuestra en los primeros minutos de la película, Lo imposible es, ante todo un drama sobre una familia, sobre su camino hacia el reencuentro, sobre la humildad y sobre la bondad remanente en muchas personas. El realizador se aleja así de la ficción, un género que prevalecía sobre todo ya no sólo en su opera prima, El Orfanato (2007), sino sobre sus anteriores trabajos dentro del mundo del videoclip y publicidad, pero sin abandonar valores ya tocados en su anterior obra, como la familia, la figura de la madre o el amor.
Y es que tocar una historia real siempre es arriesgado, siempre uno juego limitado, con la idea de tratar de transmitir de la forma más cercana posible, lo que realmente pasó. En este aspecto, Bayona se ha explayado, con una realización sobria, fuera de formalidades (mucha utilización de cámara en mano) y en algunos momentos, hasta mareante. Siempre con la sana intención de transmitirnos esa sensación. Y lo cierto es que lo consigue en multitud de ocasiones, y ya no sólo por la imagen, sino por el sonido, quizá uno de los puntos fuertes de esta película. Y es precisamente en el apartado sonoro en donde destaca y no-destaca Lo imposible. Si los efectos son un aliciente más para su fin, la música quizá sea ciertamente incómoda para el espectador que busca algo más que la emoción o la lágrima fácil. Y es que a pesar de la magnífica labor musical que Fernando Velázquez ha realizado para Lo Imposible, resulta demasiado incisiva sobre la mayor parte de los momentos dramáticos del filme, aproximándola casi más al melodrama que al drama familiar.
No es que sea esto precisamente un inconveniente para muchos, pero si le resta cierta calidad a un producto que ya de por si está hecho para arrasar y que sin un apoyo musical de estas características quizá le habría dotado a la película de una sobriedad y naturalidad menos espectacular, pero a la larga más creíble y dura. Lejos de este pequeño inciso musical, por lo demás, la película no descubre nada nuevo y no deja de ser una sucesión de secuencias muy bien enlazadas y que transportan a los personajes desde su particular infierno hasta su propia salvación. En este sentido, una vez situados en la historia, uno hasta puede prever sus movimientos. Mención especial para el elenco interpretativo, en su gran mayoría (por no decir todos) están muy bien situados en la película. Desde un creíble y cada vez mejor actor, Ewan McGregor (aunque su parte sea quizá la más floja), hasta una inconmensurable Naomi Watts, cuya interpretación refleja de forma significativa el auténtico calvario de su personaje. Sobre los niños, podemos decir prácticamente lo mismo, destacando la interpretación de un casi inexperto Tom Holland, ese Lucas que se ve obligado a crecer en poco menos de una semana.
En su conjunto, Lo imposible no es una cinta redonda, pero si que ha sabido jugar muy bien todos los elementos para llegar hasta donde está. Bayona ha demostrado saber maneja con frialdad y sabiduría, los momentos más intensos para dejar caer alguna lágrima (en contadas ocasiones si uno no se impresiona con facilidad). Sin duda la calidad de su técnica y la dramática historia que refleja son las dos bazas con las que ha conseguido convertirse ya, en un título histórico para el cine español.