Un atraco, un pueblo lleno de brujas, kilos de oro… una mezcla explosiva que sólo Álex de la Iglesia ha sabido manejar con la película Las brujas de Zugarramurdi.
Habían pasado dos años desde que viéramos La chispa de la vida (2011), quizá una de las películas menos cómicas de su director, Álex de la Iglesia, pero que, en cierto modo, no se desviaba demasiado de su estilo particular. Con Las brujas de Zugarramurdi, el director vasco se desvía del género tragicómico y regresa a la comedia de acción, aquella que tantas alegrías le ha dado.
Teniendo como fuente de inspiración los hechos que sucedieron en la localidad navarra de Zugarramurdi allá por el siglo XVII (algunas habitantes fueron acusadas de brujería y quemadas en la hoguera por la Inquisición), la película supone una buena dósis de acción, humor y algún que otro susto. Todo ellos muy bien mezclado por el director, ya un experto en este tipo de combinaciones. Una de las claves, sin duda, su reencuentro con Jorge Guerricaecheverría, con quien no trabajaba desde hace unos cuantos años (concretamente desde Los crímenes de Oxford (Álex de la Iglesia, 2008). Esa buena química que siempre ha habido entre guionista y director, ha sido esencial para que la película sea como es.
Las brujas de Zugarramurdi tiene una primera media hora muy efectiva. Ya no sólo por su endiablado ritmo trepidante, sino por el buen rollo que se respira entre sus personajes. Hugo Silva, Mario Casas (sí, habéis leído bien), Jaime Ordoñez, Secun de la Rosa, Pepón Nieto, Macarena Gómez… todos están muy bien situados y poco a poco nos van contando sus personajes de una forma fresca y cómica, presentando situaciones bastante graciosas (el tiroteo en la Puerta del Sol, por ejemplo). El director vuelve a plantearnos situaciones realmente hilarantes, marca de la casa.
Por el contrario, chirría un poco la relación entre los personajes de Carolina Bang y Hugo Silva, Da la sensación de que esa parte del guión se ha hecho con cierta prisa. Se podría llegar a entender su necesidad pero no su prematura creación.
Una vez ha entrado en faena, Las brujas de Zugarramurdi empieza su periplo a través de unas escenas con menor carga humorística (también las situaciones lo requieren), pero que ayudan a los personajes a ponerlos a prueba y así poder demostrar de qué son capaces. Para su ayuda, de nuevo De la Iglesia ha vuelto a colaborar con dos de los grandes de la escenografía y producción españolas, Arri y Biaffra, con quienes ha trabajado en numerosas ocasiones. Aquí su trabajo es especialmente importante y ayuda con creces al desarrollo de la película y a que nos metamos en el oscuro mundo que nos trae. No podemos hablar de igual forma en cuando a efectos especiales se refiere, donde los generados por ordenador, todavía tienen mucho que perfeccionar.
La estructura de Las brujas de Zugarramurdi sigue más o menos las partes que el director se ha marcado en casi toda su filmografía. Esto ayuda a identificarla prematuramente y sin duda es otro punto más a su favor. La historia es sencilla, sin demasiados recovecos (porque no es lo que al director le interesa). No es una cinta engañosa, pero debajo de toda ella, subyace una crítica social acerca de los momentos que atravesamos. Marcada por algunas frases del guión e incluso por sus últimas palabras (pronunciadas por Carmen Maura).
Álex de la Iglesia no suele desviarse mucho de sus planteamientos iniciales, no va por las ramas y además la película es sumamente entretenida, a pesar de que su arranque supera con creces el resto del metraje (pero es complicado mantener ese nivel). Con un elenco interpretativo muy bien escogido y muy correcto, Las brujas de Zugarramurdi podría ser una buena alternativa como cinta “blockbuster” hecha en España, algo muy al estilo de Abierto hasta el amanecer (Robert Rodriguez, 1995).