Plácido es, quizá, su obra más conocida (con permiso de ¡Bienvenido, Mister Marshall! (1953) y El verdugo (1964)), pero también es quizá la que menos se tiene en cuenta por aquellos que comenzaron a conocerle mucho más tarde.
Plácido esconde tras sus escenas algo mucho más entrañable que la simple historia de un hombre honrado. Entre sus líneas de guión se puede vislumbrar algo mucho más simple que eso. La película desborda ritmo y sobre todo desborda historia. Ambientada en una época dura en la que la sociedad española estaba muy tocada, Berlanga se permite realizar una pequeña y contundente radiografía de la sociedad imperante, diferenciando claramente los estratos sociales a través de pequeñas escenas magníficamente construidas.
El manejo con soltura de un guión tan eficaz como eficiente (obra entre otros del enorme Rafael Azcona) desencadena numerosas escenas que en ocasiones parecen mostrar una casi esperpéntica sociedad en la que la doble moral estaba a la orden del día. Personajes que salen y entran en escena casi teatralmente, manejados con precisos hilos y colocados estratégicamente en una película sublime y concisa. Berlanga no se va por las ramas, aunque pueda parecer que sí. Resulta inevitable hablar de los secundarios, siempre tan importantes para su director. Manuel Alexandre (espléndido), Agustín González, Antonio Ferrandis, Luis Ciges… una larga lista de nombres que además quedan marcados en la película de forma casi entrañable.
Pero sucede que en casi todas las cintas de Berlanga, y Plácido no es una excepción, al final nos quedamos con esa sensación de desánimo contenida, como si hubiéramos esperado otra cosa, otra resolución más feliz.
La película está llena de momentos memorables, escenas corales muy bien dirigidas (como bien le gusta a Berlanga) y todo ello como escaparate de una cínica sociedad en donde parece que sólo sobrevivía el que más contactos tenía (papel muy bien reflejado por José Luis López Vázquez, que siempre hace referencia a su padre cuando quiere conseguir algo). La sociedad imperante, a pesar de poner buena cara ante el resto del mundo por acoger a un pobre a la mesa y más en una cena tan significativa como es la Nochebuena, esconde realmente otras intenciones algo menos benévolas.
Todo eran conveniencias, todo eran un “hoy por ti mañana por mi”… retrato sin duda de una España mezquina, aprovechada y falta absoluta de moral. A pesar de todo esto, Berlanga nos premia con situaciones tan hilarantes como entristecedoras (como los minutos finales en casa de la mendiga mientras dejan a su difunto y recién fallecido, marido). Complementado todo esto por un trío actoral soberbio formado por Cassen, López Vázquez y quizá en menor medida Alexandre. Todos ellos en una maravillosa e inolvidable película. Plácido es quizá de obligada visión para los que descubren poco a poco a Berlanga, para otros muchos es ya todo un clásico.
Un año para recordar. Películas míticas como Desayuno con diamantes (George Cukor, 1961), West Side Story (Robert Wise, 1961), Yojimbo (Akira Kurosawa, 1961), Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961), Vidas rebeldes (John Huston, 1961), o la única cinta de Brando como director, El rostro impenetrable, se estrenaron ese mismo año en nuestro país. Disney ponía en salas su cinta de animación 101 dálmatas (Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman, 1961), erigiéndose como la película más taquillera del año.