Adaptar la saga de novelas de Frank Herbert siempre ha sido, quizá, una de las asignaturas pendientes del cine. Poder englobar todo su contenido, sus detalles, sus personajes en una sola película es algo impensable (hablamos de una saga que comprende más de 20 libros). Ni siquiera aquel mítico proyecto de Alejandro Jodorowsky salió a la luz, aunque siempre nos quedará el documental sobre aquella frustrada película, Jodorowsky’s Dune (Frank Pavich, 2013).
La televisión también se ha aproximado a este universo con las miniseries Dune (John Harrison, 2000) e Hijos de Dune (Greg Yaitanes, 2003) con un por aquel entonces desconocido James McAvoy). No sería hasta 1984 cuando el director David Lynch, se puso tras las cámaras para hacer una adaptación de una de las partes de la saga, rechazando incluso el ofrecimiento que George Lucas le hizo para dirigir El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983). El resultado no fue tan satisfactorio ni siquiera para el propio Lynch, que reniega hablar de ella cuando se le pregunta, por sus constantes diferencias con el equipo de producción. Una caótica (y carísima) cinta que ha quedado, a día de hoy, relegada como una película casi de culto, con esa estética tan rompedora para la época. Un ritmo excesivamente lento y unas irregulares interpretaciones, sumadas a que el tiempo no la ha tratado demasiado bien (por decirlo de algún modo), terminaron de condenarla para muchos.
El director canadiense Denis Villeneuve llevaba años queriendo adaptar la historia, y convertirla en lo que llamaba ‘el proyecto de su vida’. Varios años de pre-producción (entre ellos una intensa dedicación a los famosos gusanos gigantes, los Shai-Hulud, para que resultaran lo suficientemente imponentes) han dado como resultado una cinta bastante larga, y que a pesar de lo complejo de su historia, tiene bastantes aciertos como ‘blockbuster’, en parte por un guion muy licuado.
Sin entrar en el eterno debate de si está bien o mal adaptada, uno de los ejes sobre los que pivota gran parte de la historia de este Dune es sobre su protagonista, el joven Timothée Chalamet, que encarga a un joven Paul Atreides, heredero del trono de su padre (muy bien interpretado por Oscar Isaac) y que se debate, casi constantemente entre sus miedos al futuro (a través de extrañas visiones) y su capacidad para mantener la estirpe de su familia (las inseguridades de la juventud, en cierto modo). La interpretación de Chalamet (nombre de moda ahora en Hollywood) deja indiferente en más ocasiones de las que debería. Aporta esa impulsividad del joven que se quiere comer el mundo, la fragilidad al miedo, y también cierta osadía en diversas situaciones límite.
No hay duda de que Villeneuve ha sabido rodearse de un elenco envidiable para este primer tramo de su épico y deseado viaje al planeta Arrakis. Nombres como Rebecca Ferguson, Javier Bardem, Dave Bautista, Josh Brolin (al que podríamos considerar como su actor fetiche), Zendaya o Jason Momoa. Así como la veteranía que aportan otros nombres como Stellan Skarsgard o Charlotte Rampling. Todos ellos prácticamente se amoldan muy bien a sus roles, dotando las escenas de mucha credibilidad y solidez.
Pero si hay algo de lo que Villeneuve suele poner especial cuidado, es en la estética y en la imagen. Bradford Young o el magnífico Roger Deakins son algunos de los nombres con los que Villeneuve ha confiado en sus anteriores trabajos a nivel de dirección de fotografía. Aquí cuenta con Greig Fraser (La noche más oscura (Zero Dark Thirty) (Kathryn Bigelow, 2012) o Rogue One: Una historia de Star Wars (Gareth Edwards, 2016)) para ofrecernos espectaculares postales ya no sólo a nivel exterior, sino también a nivel de interiores, con estancias majestuosas, detalles que van configurando a los personajes, una mirada al infinito… No hay duda de la cuidada puesta en escena que tiene Dune.
Podemos achacarla un ritmo lento, sí, sobre todo en sus primeros cuarenta minutos. Pero es necesario explicar algunas cosas. Si es cierto que un prólogo algo más extenso se echa en falta, pues no es extraño que, siendo unos absolutos desconocedores del mundo que toca, muchos de los conceptos no suenen a chino. Un guion con más de detenimiento habría sido todo un acierto. Tampoco hace bien que ese compositor tan de moda como es Hans Zimmer, machaque casi constantemente con la música, enfatizando absolutamente todo a la vez que recicla melodías de trabajos anteriores.
Dune es la historia de un imperio, la historia de un príncipe, de sus inseguridades, como cualquier otro joven, de sus miedos, es la historia de la familia Atreides y de su lucha por la justicia, contra los Harkonnen, de cómo sobrevivir en el desierto, de sus alianzas con los Fremen… Todo es gigante en esta película. No es perfecta, pero sin duda es un hermoso espectáculo al que merece la pena darle una oportunidad.
