Primero fue Stephen Frears y su aproximación a la reina madre con La reina (2006). Cinco años después, Meryl Streep se ponía en la piel de Margaret Thatcher en La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2011), y ahora le toca el turno a Diana de Gales, con el rostro cinematográfico de Naomi Watts, en una cinta que, aunque se piense lo contrario, no cuenta la relación entre Lady Di y el magnate Dodi Al-Fayed.
Muchos apostaban por un director británico para llevar a cabo la historia de Diana de Gales en su versión cinematográfica, algo que ya desde el mismísimo día de su muerte, se sabía de antemano. Una vida ajetreada, tan llena de altibajos, de eventos, de personalidades, de pasión… era inevitable su traslación al cine y, tras varias versiones televisivas, y la publicación de la novela de Kate Snell “Diana: Her last love” (sobre la que se basa el guión de ésta), el alemán Olivier Hirschbiegel se encarga de la dura tarea.
Hirschbiegel no acabo contento con su primera experiencia en Hollywood (Invasión (2007)) por el férreo control que la Warner ejercía sobre el rodaje, pero un tema como el de la vida de Lady Di, era una perita en dulce para cualquier realizador más o menos solvente. Y es que la película no requiere demasiada atención del espectador, de hecho, en ciertos momentos parece que estamos ante un caro telefilme, y no precisamente por la calidad de sus intérpretes.
Ponerle cuerpo y alma a una personalidad tan importante como lo fue Diana de Gales, fue una tarea bastante compleja para Naomi Watts (atrás quedaron nombres como Jessica Chastain, por ejemplo). Su retrato natural de la princesa es quizá lo más llamativo, eso si, la actriz no llega a emocionar en una historia que bien podría haber sido un nido de buenas y espléndidas escenas. En vez de esto, tanto Watts como el resto de secundarios, nos regalan interpretaciones justas, y con escaso interés.
Donde quizá si haya que ponerle buena nota a Diana, sea en su producción. A nivel de decorados, por ejemplo, la cinta no repara en gastos, al igual que el vestuario, en donde de forma casi milimétrica se reproducen algunos de los momentos más conocidos de la princesa (su visita a Angola, la recepción en Australia o la famosa entrevista a la BBC al poco de separarse de su marido).
Buen trabajo también el del guionista Stephen Jeffreys, un iniciado prácticamente en el cine y que, gracias al trabajo de Snell, consigue improntar frases memorables a escenas en donde la carga más intensa la protagoniza la palabra. En este aspecto, la película contiene un buen puñado de buenas frases.
En resumen, Diana no es una espléndida obra, quizá no es el homenaje que Lady Di se merecería, pero tampoco es un ejercicio sobrio y sin gracia. Es verdad que le falta personalidad y quizá algo más intensidad, pero por lo que respecta a su visión general de los últimos años de la princesa, la película cumple con los cánones de un “biopic”, sencillez, buenos actores y un guión solvente.