El volver a la Tierra Media habrá supuesto, para un buen puñado de fans, una satisfacción que sólo Peter Jackson ha sabido transmitir en su nuevo viaje al universo de Tolkien.
Tanto Peter Jackson como New Line Cinema (Warner) han sabido explotar muy bien lo que significa formar parte de la Tierra Media, y para que la cosa no decaiga, han decidido adaptar una novela (un cuento, mejor dicho) de escasas páginas, en tres cintas con la sana (y sabia intención) de hacer una buena caja. Hasta aquí todo es muy loable, incluso para muchos visionarios sería hasta lógico. Pero las cartas que Jackson jugó, y muy bien, con su trilogía de El Señor de los Anillos, apenas muestran en su técnica, algún atisbo de renovación o de reinvención. Es por esto que en este sentido, este primer episodio de El Hobbit, poco o nada podrá aportar a una sólida carrera como la del director neozelandés. Si nos fijamos detenidamente, podemos apreciar ciertos aspectos similares (planos, movimientos…) entre ambas sagas. Quizá no se le exija mucho más.
La esencia de El Hobbit está bastante bien plasmada en esta primera entrega. Ya no sólo por la literalidad con la que Jackson toma la historia, sino también porque aporta de forma lógica, otros elementos más cinematográficos que literarios, que sin duda, ayudan a que el desarrollo de la película cree interés en el espectador. A esto hemos de sumar su acertada unión con las cintas ya estrenadas sobre la trama del anillo, Frodo y Aragorn.
El protagonismo de una cinta de épicas proporciones (no tantas como El Señor de los Anillos) requería actores que, al menos, se declararan solventes delante de la cámara. Tal ha sido el caso ya no sólo de un Ian McKellen espléndido (algo que no nos sorprende), sino de nombres quizá menos conocidos como Martin Freeman o Richard Armitage, quizá los otros dos pilares de un reparto bastante correcto.
Empezaba la reseña hablando de que quizá a Jackson ya no se le exige tanto como se hizo con La comunidad del anillo (2001) o con El retorno del Rey (2003). En este aspecto, ya hemos comprobado su solvencia como realizador, pero si se le exige, seguramente, una seriedad que el propio realizador se toma bastante a pecho. El Hobbit: Un viaje inesperado no es una cinta especialmente seria y ni mucho menos infantil. Quizá el equilibrio entre ambos estilos es lo que haya sido más complicado. Algunas escenas sobran, otras quizá exigen mucho más, pero en su conjunto, El Hobbit: Un viaje inesperado, supone un entretenimiento bastante agradable. En sus casi 180 minutos de duración, la aventura no decae (si el ritmo en determinadas partes), la técnica no deja de estar pulida y todo se sucede de forma coherente, sin trompicones y con ese espléndido final abierto (sí, y no estoy destripando nada) que a más de uno ya no nos pillará desprevenidos.
Ver El Hobbit: Un viaje inesperado, después de haber saboreado muy bien la trilogía de El Señor de los Anillos, tiene un pequeño “pero”. Ya no existe tanta sorpresa, ya no hay tanta magia como aquel entonces. Habríamos de ver la película evitando cualquier comparación con trabajos anteriores. No olvidemos que, aunque beban de fuentes similares, la narración es diferente y la épica, en esta primera película, brilla por su ausencia.
El eterno debate de 3D y 48fps, Jackson ha optado por mezclar ambas tecnologías en una cinta pionera en esos términos. El resultado es curioso, al que cuesta un poco acostumbrarse y que, sin duda nos dejará algo descolocados. Todo parece suceder más rápido y son sin duda las escenas con mucho movimiento de cámara las que se llevar la peor parte, dando en ocasiones una sensación casi de “videojuego” que de cine. Con respecto al 3D, felicitamos la decisión de Jackson de apostar por ello. Siendo el que escribe bastante poco partidario de “jugar” con el espectador en este aspecto, he de confesar que, aunque no es ni mucho menos imprescindible, si que merece la pena desembolsar el extra que supone verla en esas condiciones, algo que, por ejemplo, los 48fps no.