Desde hace unos años, la estrella de acción de los ochenta y noventa, Bruce Willis, se ha permitido el poder alternar película con cierto renombre, con proyectos más modestos, algunos incluso muy próximos a la serie B, que en España hasta incluso han salido directamente al mercado doméstico, sin estrenarse en salas.
Tal ha sido esta mezcla que muchos casi lo comparan con la carrera de otras dos estrellas que no están precisamente en sus horas más brillantes, como son John Travolta o Nicolas Cage.
Bruce Willis, se pone bajo las órdenes de Eli Roth, amigo de Tarantino y que parece haberse moderado en su estilo más ultraviolento y sangriento de Cabin Fever (2002), Hostel (2005) o El infierno verde (2013). Roth parece haber dado un pequeño giro a su carrera y se ha decantado por el thriller de acción, y en esta ocasión tomando como base la novela de Brian Garfield que ya adaptase en 1974 Michael Wimmer con un espléndido Charles Bronson en El justiciero de la noche. El éxito de aquella fue tal que generó hasta cinco secuelas.
La película de Wimmer fue, en su día bastante violenta, contaba con una historia sencilla, pero contundente. Bronson imprimió al personaje un carisma y una personalidad que lo marcaron de por vida, siendo uno de sus roles más característicos. Años después, Roth apenas aporta algo nuevo a la historia (a su base, se entiende) y filma una cinta muy convencional, con escasa sorpresa y siempre desde un punto de vista cómodo y clásico.
Así, El justiciero, no tiene sorpresa, sus cartas están tan claras que es más un entretenimiento que otra cosa. No hay pretensiones y el supuesto dilema moral que planteaba la cinta de Bronson, aquí queda diluido en una serie de “set pieces” de acción en donde poder volver a ver a Willis en su salsa, a pesar de sus años y de que no está nada oxidado.
Evidentemente el carisma del protagonista de Jungla de Cristal (John McTiernan, 1988) no es el mismo que el que tenía Bronson por aquel entonces (a pesar de que arrastraba títulos como Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968), Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967) o La gran evasión (John Sturges, 1963).
El personaje protagonista (hablando de esta nueva versión) apenas tiene mucho más de lo que se cuenta, por lo que es fácil empatizar con él desde el primer momento, aunque sepamos lo que va a pasar.
Es una película que se ve sola, sin apenas pararse a pensar en mucho más. ¿Es posible tomarse la justicia por tu cuenta sin que nadie lo sepa? ¿Existen los héroes anónimos? Son algunas de las cuestiones que plantea la cinta, pero sus respuestas son tan evidentes y tan simples que pasan bastante desapercibidas.
El justiciero, un producto que no aporta demasiada novedad, pero que nos permite volver a disfrutar de un Bruce Willis en un género que sigue siendo entretenido, aunque el que lo haga no tenga demasiada personalidad.