Una de las cintas más esperadas, Intruders, llega a las carteleras ante la expectación de contar con Clive Owen como papel principal y al canario Juan Carlos Fresnadillo como realizador. El resultado de tal combinación no es desdeñable, dentro de una película algo insípida.
Juan Carlos Fresnadillo continúa su imparable trayectoria profesional a caballo entre España y Hollywood (por decirlo de alguna forma). Con Intruders, el director isleño regresa quizá a sus orígenes, a ese Intacto (2001), en donde fusionaba de forma artesanal, una historia cotidiana con algo extraordinario, siempre con la idea de tratar de “confundir” al espectador y de sumergirlo en eventos que rozan lo fantástico.
Tras su paso bajo la mano de Danny Boyle con su 28 semanas después (2007), Fresnadillo se aleja del género más convencional para adentrarse más en la psique de los personajes, terreno en el que parece moverse de una forma algo más creativa. Y es que con Intruders, uno nota al instante que no estamos ante una cinta de productor, sino ante una obra bastante más personal.
En base a tres elementos fundamentales (miedo, pasado y culpa) el director realiza una aventura casi fantasmagórica que tiene como punto y final la unión de dos épocas, de un mismo miedo y de una misma figura, la del personaje de “Cara hueca”, más próximo a una sociedad contemporánea de lo que muchos pensarán. Para plantearnos los elementos, Fresnadillo ha partido de una historia tan sencilla como cotidiana, los miedos nocturnos. ¿Quien no ha tenido miedo siendo un niño? Esa necesidad de dormir con una luz encendida, con una lamparita… Para nosotros la luz era el protector por las noches. Partiendo de esa base, construye alrededor de los personajes infantiles, las primeras líneas de la trama.
A través de diversas escenas más o menos bien rodadas, el espectador asiste a los diversos encuentros entre sueño, realidad y ficción. Todos ellos bien situados, aunque quizá tarde en la línea temporal de toda la película. Y es que en su primer tramo resulta un tanto tediosa y hasta incluso perdida. El director conecta de buena forma los elementos que posteriormente servirán para plantear su juego, pero lo hace a un ritmo pausado que no augura nada bueno, todo sea dicho.
Por eso, a media película, uno intenta despejarse los ojos y volverse a meter de lleno en la historia. Es entonces cuando nos desvela el secreto, nos desvela sus intenciones y cuando finalmente conocemos el potencial que Intruders tiene. Pero hasta llegar ahí, es necesario (será necesario) un pequeño “calvario”.
Su interés por contar con sólidos repartos (ya contó con Max Von Sydow en Intacto (2001), por ejemplo) le ha llevado hasta las manos de Clive Owen. El británico protagonista de títulos como Hijos de los hombres (2006) o Duplicity (2009) construye un personaje muy paternal, cotidiano y eje conductor de la historia de Intruders. Junto a él, el reparto se completa con Pilar López de Ayala (a quien vimos hace relativamente poco en El extraño caso de Angelica (2011), de Manoel de Oliveira), Daniel Brühl y la aparición especial de Héctor Alterio.
Cinta irregular que no llena precisamente por su brillantez. Tampoco es para ningunear a Fresnadillo (quizá uno de los directores españoles con mejor proyección de futuro), pero su flojísimo guión (con ciertas lagunas) y su irregular montaje no hacen más que entorpecer una obra estética hermosa pero cuyo interior pueblan vacías almas. No hay monstruos (a tenor de lo que uno pueda pensar) y los sustos fáciles, están con cuentagotas. Salvo esto, el resto es lo que hay.