Suele pasar que, en muchas ocasiones, exprimir la “gallina de los huevos de oro” termina por darnos otra cosa que no nos hace precisamente ricos. Algo así es lo que le ha sucedido a Warner con su particular universo basado en la historia real del matrimonio Warren, y que arrancaba con Expediente Warren: The Conjuring (James Wan, 2013), posiblemente la menos “mala” de todo el compendio.
Tras el sonado éxito de su secuela, Expediente Warren: El caso Enfield (James Wan, 2016), y la duología sobre la muñeca Annabelle, ahora le toca el turno a un personaje que aparecía en la segunda entrega de los Warren. Apenas bastaron cinco minutos para que se decidiese de cabeza a hacer un “spin-off” del personaje, una demoníaca monja con una historia detrás.
La monja (Corin Hardy, 2018) nos cuenta precisamente el origen de ese personaje, una especie de ente infernal que se apodera de una monja en un convento recóndito de Rumanía, y al que viajan un cura experto en casos “raros” y una novicia (por que conoce la zona, aunque esto luego no sirve para nada, pero había que meter otra monja entre los personajes). El resto, creo que es bastante imaginable.
Quizá por motivos de agenda, Wan estaba rodando/preparando Aquaman (también de Warner, claro), decide en esta ocasión dejar la batuta de director a Corin Hardy, un inexperimentado realizador con un título en su haber (si no contamos los cortometrajes que ha hecho), y que tampoco ha necesitado demasiado para facturar una película que se basa en todo lo que ha hecho Wan últimamente: el efectismo.
La monja no es una cinta de terror que de miedo, partimos de esa base. Quizá sea una afirmación atrevida, pero es así. La historia sobre la que parte la película podría dar para una buena cinta de terror de género, ya que tenía los ingredientes perfectos para ello. La ambientación, que siempre ha sido un punto fuerte en este tipo de producciones, rezuma buen hacer. Incluso la fotografía también resulta interesante.
Pero el problema radica sobre todo en el guión, que no resulta para nada interesante ni atractivo, sino que es, básicamente, una sucesión de escenas dentro del convento, reforzadas por sobresaltos de sonido, efectos sonoros y caracterización de actores. Esto es la base de La monja, no hay más. La historia, es algo confusa, por momentos no parece importarle, sino que prefiere ir a lo fácil, a provocar el susto y nada más.
A veces uno hasta tiene la sensación de estar viendo un telefilme. Y resulta muy triste ver a un actor como Demián Bichir (nominado al Oscar por Una vida mejor), metido en este pantanoso producto, fruto de la necesidad de hacer caja a toda costa sin importar la forma. En un personaje que parece una versión pobre de Van Helsing.
Tampoco resulta un producto entretenido. Tiene hasta momentos aburridos, que logran despertar a uno gracias al sonido, pero poco más. El desenlace es torpe, fácil y previsible (como casi todo el largometraje), no hay minutos para la sorpresa, para un pequeño desarrollo de personajes. Está claro que el cine de terror actual está preocupado de otra cosa.