¿Cómo hacer una película sobre el holocausto, sin mostrarlo? Es un reto bastante difícil, aunque lo primero que se nos viene a la cabeza si no queremos mostrar imágenes, es utilizar el sonido como elemento para “mostrar” el holocausto. Es una tarea que el británico Jonathan Glazer ha conseguido en La zona de interés.
No es una película fácil, y no precisamente por lo que muestra, sino por lo que no muestra. Tampoco es una película fácil por su ritmo y narrativa, aunque si hemos visto alguna otra obra de Glazer, esto no es sorpresa alguna.
Lo más interesante de La zona de interés es cómo consigue mezclar la cotidianidad con el terror del holocausto (aunque no lo muestra de una forma directa). Nos enseña el día a día en la casa del Rudolf Höss, administrador del campo de Auschwitz, así como la relación con su mujer Hedwig (que apenas conocía su verdadero trabajo y actividades) y sus cinco hijos, como una familia absolutamente normal. Y es precisamente esa normalidad la que transmite esa extraña y fría sensación durante todo el metraje.
La película se desarrolla en dos escenarios, principalmente. La casa donde vive la familia, en la que podemos encontrar diversas escenas tan cotidianas como bañar a los niños, poner la mesa o una charla con las amigas de Hedwig. Junto a ellos, también se aprecia a las dos criadas que Höss tenía en su hogar (al ser testigos de Jehová se les tenía un trato “especial”). Nos muestra que era una persona muy callada, poco sociable, y bastante cuadriculado y meticuloso. Hablamos de un hombre que mandó gasear a casi cuatro millones de judíos.
Por otro lado, los aledaños de la casa (estaba situada en la zona de Birkenau) donde Höss disfrutaba de numerosas jornadas de camping junto a su familia, además de bañarse en el río (un caudal que, de vez en cuando, llevaba restos de los hornos crematorios del campo). Son los dos escenarios en donde se desarrolla prácticamente toda la película. Si que aparece el campo, siempre de fondo con la chimenea prendida (no olvidemos que allí se incineraban alrededor de unas mil personas a la hora, aproximadamente), el tren que traía prisioneros nuevos al campo, y de fondo, un ruido prácticamente constante durante toda la película. La cuidada puesta en escena es otro detalle, que otorga cierto aire casi fantasmagórico a la película.
La habilidad de Glazer a la hora de retratar la cotidianidad de la vida del llamado “carnicero de Auschwitz” lleva en alguna ocasión a olvidar ante quien estamos y de qué es responsable.
El sonido tiene especial importancia en una película como La zona de interés. Glazer vuelve a contar con la compositora Mica Levi, con quien trabajó en Under the skin (2013) y que aquí, junto a un impecable diseño de sonido, crea una atmósfera fría, aterradora, que transmite una sensación de inquietud y miedo al mismo tiempo.
Todas las interpretaciones están correctas, no despiertan demasiado y el realizador no parece querer (intencionadamente) que queramos simpatizar con algún personaje. Es un ejercicio muy delicado, lograr unas interpretaciones muy veraces y con las que no consigamos empatizar.
La zona de interés es una película bastante recomendable, con muchos detalles, pero a la que cuesta entrar. Es un cine diferente, con una realización cuidada y unos cuantos elementos técnicos que la convierten en una cinta compleja de desmenuzar.