Hace diez años, el director, guionista y productor, Bryan Bertino, sorprendía a algunos con Los extraños (2008), una película de terror con más suspense que otra cosa, y cuya virtud (la única) era la de poner nervioso al personal, mediante el uso de los silencios y algunos golpes de guión (fáciles, eso sí).
Ahora, y después de un par de títulos a sus espaldas, Bertino se enfunda el traje de productor/guionista y deja el relevo a Johannes Roberts, realizador de cintas más o menos olvidables como A 47 metros (2017) o El otro lado de la puerta (2016). Roberts apenas arriesga y repite fórmula.
Si Bertino destapaba una historia (supuestamente) basada en los crímenes de Keddie Resort, Roberts repite lo mismo, aunque esta vez la acción transcurre en un sitio más amplio. Lo mismo sucede con los protagonistas, que ya no es una pareja (Liv Tyler y Scott Speedman en aquella ocasión), sino que se trata de una familia. Se observa que, en este aspecto, la historia quiere avanzar, pero no consigue su propósito.
En cambio, Roberts si ha logrado apoderarse de cierto regusto al cine de terror de los 80, algo que parece palparse desde los créditos. Un cine con pocas sorpresas, muy justo en cuanto a violencia y sangre, y con algo de previsibilidad en su desarrollo. El resultado final es una película que se disfruta, pero no deja ningún poso.
Y se disfruta siempre y cuando uno entre en ese juego, en este tipo de películas. Pero al igual que pasaba con la de Bertino, no hay tiempo para explicaciones, para detenernos en desarrollar algo más los personajes, sus conflictos. En el fondo el cine de terror rara vez se ha parado a analizar estos detalles.
Los extraños: Cacería nocturna se queda justa, demasiado clásica y con el desarrollo que poco o nada dejará recuerdo.
A nivel interpretativo, la película no exige demasiado a sus intérpretes, por lo que a Roberts parece bastarle con el hecho de que den lo justo en pantalla. Sí, son personajes que, a priori, parecen bastante reales, pero nada más.
Película salvable, pero sin muchos alardes. Repite las mismas fallas que su antecesora y además, a día de hoy, resulta bastante innecesaria sabiendo que cuenta, prácticamente lo mismo.