Aventuras en una película compacta y extremadamente entretenida, es una buena definición de Los Goonies. La cinta recupera un espíritu y una generación. Ya se ha convertido en todo un clásico gracias a su carisma y magia, y es que muy pocos títulos puede equipararse a ella. La única (por ahora) colaboración entre Richard Donner y Steven Spielberg generó uno de los títulos más queridos por toda una generación, una película tan completa como excitante, llena de aventuras, giros y sobre todo, de una honestidad como producto cinematográfico que incluso a día de hoy todavía sigue sorprendiendo.
Todavía hoy en día, mencionar el título de Los Goonies es símbolo de toda una generación, de un cine y sobre todo de un estilo de películas. Y es que como producto cinematográfico, funciona a la perfección, eso sí, siempre enmarcado en una época y contexto conocidos. Quizá en la actualidad, un filme similar no funcionaría de la misma forma (está por ver cómo evolucionará Super 8 (2011), de J. J. Abrams).
Rodeado de cierto halo de misterio (una atmósfera muy bien apoyada por la música de Dave Grusin), Los Goonies embarca al espectador en un viaje fascinante, lleno de peligros, de anécdotas, de frases inolvidables (“Los Goonies nunca dicen muerto”), de escenas inolvidables y sobre todo de personajes, el alma esencial que ha convertido a la película en todo un clásico. Incluso muchos personajes de cintas actuales, encuentran inspiración en los roles de Sean Astin, Josh Brolin, Corey Feldman, Jeff Cohen o Ke Huy Quan.
Y es que la película es prácticamente redonda. Consigue plasmar en un largometraje la aventura que muchos querríamos tener, siempre a base de pequeñas piezas que conforman el puzzle mágico que representa Los Goonies. Aunque no faltan clichés (para nada un “pero”), la cinta resulta muy entretenida y rebosante de aventuras. Cada escena se enlaza con la siguiente y el humor no deja de sucederse, además en medidas exactas para que no canse o se eche en falta.
La mayor parte de toda la magia que rebosa en Los Goonies se la debemos a Spielberg. Esa especie de ser mágico que consiguió engancharnos durante unos cuantos títulos (éste incluido) a pesar de que no tuvieran su nombre en los créditos como director. Y es que la combinación de todos los elementos, hacen que Los Goonies se desvincule por completo de muchas cintas de la época, algunas con la inocente intención de hacerla sombra.
Es posible que Los Goonies sea una película necesaria para comprender cierto cine. El cine de pandillas, de colegas, de amigos, ese cine de aventuras que enseguida nos metía de lleno en la historia, nos envolvía, no nos soltaba y que en ningún momento pretendía superarse a si mismo. Esa esencia, esa honestidad como producto, es lo que convierte a Los Goonies en un “rara avis” dentro de la industria de aquellos años.
Además de los carismáticos “Goonies” (así se hacen llamar los protagonistas) también están “los malos” de turno, en este caso la familia de los Fratelli, una familia de delincuentes italo americanos que contaba con la inestimable presencia de Anne Ramsey como la “mamma” de la familia, seguido de Robert Davi y Joe Pantoliano. Unos villanos casi a la altura de una cinta de niños, donde los “gags” sobre sus incompetencias siempre son bien recibidos.
Cinta redonda, nostálgica y rebosante de esa fragancia que, aunque para muchos sea caduca, para otros tantos supuso todo un descubrimiento. Cine sencillo, honesto y a pesar de todo “made in Hollywood”.
Seguramente que 1985 fue uno de los años mas prolíficos en cuanto a cine en los ochenta se refiere. Estamos ante uno de los proyectos de Spielberg más conocidos y que, curiosamente, no dirigió sino que encargó el guión a Chris Columbus después de las buenas migas que habían hecho con Gremlins (Joe Dante, 1984), en la que también escribía el guión y Spielberg ponía el dinero. Los Goonies no fue la cinta más taquillera del año, ese puesto lo ocupó Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985), pero se coló entre las diez primeras.