Treinta y seis años después del estreno de Top Gun (Ídolos del aire) (Tony Scott, 1986) algo le ha dicho a Tom Cruise que necesitaba ponerse de nuevo esa chupa de piloto, las gafas de sol y subirse es la Kawasaki Ninja 900, y poder salvar así al cine de la crisis que afronta desde hace ya unos años. Este proyecto ‘interruptus’ que el propio Scott desarrolló antes de su suicidio, ha tardado en llegar a los fans, que siempre se han contado por miles.
La iconicidad que la primera película creó en los ochenta (llegó a ser la cinta más taquillera del año de su estreno) se sigue manteniendo en esta secuela a pesar de no tener, precisamente, una historia demasiado original o interesante. Tampoco parece preocupar mucho a sus responsables, más preocupados de que Cruise se vea bien y de que el público pague religiosamente por ir a verlo.
Y es que Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski, 2022) no resulta un producto novedoso dentro del panorama cinematográfico actual. Su planteamiento, excesivamente simple, y un guion demasiado blanco, no culminan una obra que podría haber explotado mucho más a los personajes, sus ambiciones o la necesidad de triunfar. Sí, está ahí, pero es que eso ya lo vimos en la cinta del 86. Nada nuevo por aquí.
Dentro de sus excesivos 130 minutos (a la película le puede sobrar, prácticamente entre treinta y cuarenta y cinco minutos) asistimos, de nuevo, al clásico “a ver quien la tiene más grande” entre un reparto que no destila el mismo carisma que el de la cinta original. Están correctos, pero de ahí no pasan. Lo mejor de Top Gun: Maverick sin duda son sus minutos finales, donde la acción y el montaje, se adueñan de una secuencia realmente espectacular.
Pero desgraciadamente y a pesar de la grandísima producción y compromiso de todos en esta película, no es redonda. Recurre demasiado a la nostalgia (lo mejor es su emotivo homenaje a Val Kilmer, no hay duda), a fórmulas ya vistas, a personajes que no aportan nada, a un romance tan vacío como sumamente descafeinado y a un conjunto de clichés “made American Army” que, a día de hoy, cansan y sólo se justifican casi en modo parodia.
Jon Hamm, Ed Harris, Miles Teller o Jennifer Connelly hacen lo que pueden y sus personajes, son tan fríos como distantes para el espectador (quizá el que podríamos salvar es a Teller), dejando al final para el recuerdo, y como hemos comentado, simplemente sus minutos finales, un homenaje demasiado explícito a la película de Tony Scott.
Top Gun: Maverick es una película entretenida, muy bien hecha, plana en cuanto a dirección e interpretaciones, pero un buen homenaje y un buen intento de revitalizar un cine honesto y sincero, que trataba de compensar sus deficiencias con una estética “molona”. Esto, treinta y seis años después, puede resultar paródico, e incluso puede funcionar (y ha funcionado) en taquilla, pero no salva los muebles de la casa.
