Durante el rodaje de Civil War (2024), el británico Alex Garland contó con el asesor militar Ray Mendoza, ex marine de los Navy Seals americanos. Durante los descansos, Mendoza y él solían hablar de temas bélicos y de cómo había sobrevivido a los diferentes conflictos en los que había estado. Aquello fue el germen de esta Warfare: Tiempo de guerra, basada en la experiencia de Mendoza durante una misión en la guerra de Iraq.
Y es que la experiencia de Mendoza dentro de Hollywood, en títulos como El único superviviente (Peter Berg, 2013) o Acto de valor (Mike McCoy, Scott Waugh, 2011) ayudó todavía más a que Garland decidiera ya no solo escribir el guión con él, sino también dirigir la película entre los dos.

Así las cosas, Garland regresa al frente, un año después, ofreciendo otro retrato realista de un conflicto bélico, aunque en esta ocasión, la ficción queda a un lado y el drama y la violencia realista son quienes protagonizan una película que, seguro, no deja indiferente. Quién sabe si, tras su regreso también al mundo de Danny Boyle con 28 años después, podría volver a la guerra y cerrar lo que podría considerarse su particular trilogía bélica.
En poco más de 90 minutos, Garland demuestra su pulso narrativo en una cinta ya no sólo rodada cronológicamente, sino prácticamente en tiempo real, donde el escenario se reduce a una pequeña casa en donde se encuentran encerrados los militares, a la espera de ser rescatados. Ese escenario minimalista le sirve para establecer una serie de situaciones que, ya no sólo se aproximan al espectador de una forma sumamente directa, sino que es capaz de mantener la tensión prácticamente desde que comienzan a sonar los disparos.

A través de dos elementos dentro de la forma, Garland dota de más realismo a la película. El primero ya lo hemos comentado, su tiempo. El segundo, y ya Civil War era un aperitivo, es el espectacular uso del sonido que tiene la película. Ya no solo a nivel técnico (¿será también ninguneada como su anterior trabajo en la próxima temporada de premios?) sino a nivel narrativo. Cada sonido, cada efecto, está hecho por alguna razón, no solo por estética. Representan emociones, sensaciones y situaciones diseminadas en distintas capas. No hay duda de que el trabajo en este apartado es más que sobresaliente. A esto hay que añadir la ausencia de música en casi toda la película.
Y si el sonido está a la altura de lo exigido, también podemos decir lo mismo de la imagen, con paletas de colores y encuadres que aportan también un realismo a la película.

Para evitar relacionar a los intérpretes con trabajos anteriores, Garland vuelve a recurrir a la fórmula que les ha funcionado a otros realizadores. Escoge caras muy desconocidas, aunque algunas nos suenen, para que el espectador se identifique con los personajes y no con los actores. De nuevo Garland apuesta por darle al espectador los instrumentos para tomarse muy en serio esta película y esta historia.
Si que es verdad que a Warfare: Tiempo de guerra le cuesta arrancar, pero una vez mete la primera marcha, todo es un no parar. Jugando en ocasiones casi con el documental bélico, la cinta es sólida, está muy bien rodada y el realismo y violencia que transmite la alejan por completo de cintas más comerciales. Garland ha tenido las cosas claras desde el primer momento, y su punto de vista es el que es, no esconde nada y muestra las cosas como son, dejando al público la posibilidad de juzgar lo que ha visto. Eso sí, al terminar uno tiene la misma sensación con la que ha entrado, ha visto y ha conocido el horror de la guerra, pero eso ya lo sabía.