La nueva película de Álex de la Iglesia mantiene en forma al director. Podrá gustar más o menos, pero lo cierto es que Balada triste de trompeta nos vuelve a dar un cine “marciano” hecho con medios pero lástima que la historia no llegue a estar a la altura.
El cine de Álex de la Iglesia siempre ha sido distinto, diferente, arriesgado pero manteniendo una serie de principios que hacen que todos sus personajes lleguen a quedarse un poquito en cada uno de nosotros. Ya con El día de la bestia lo logró con Santiago Segura; La comunidad nos dejaba una espléndida Carmen Maura; hasta sus 800 Balas nos devolvía a Curro Jiménez en estado de gracia (si se me permite el chiste fácil). Desgraciadamente no tenemos esa misma sensación una vez que vemos Balada triste de trompeta.
Desde los títulos de crédito iniciales (con una carcajada en cada cartela) de la Iglesia se muestra especialmente magnífico. Una secuencia maravillosa mostrando la crudeza de la guerra enfrentada con la inocencia de un niño viendo un espectáculo de payasos. Esa imponente estética que logra maquillar multitud de defectos (incluso la aparición de Fran Perea), es el punto de partida de una triste historia, de una balada triste que trata el director con su particular humor negro (la escena del payaso-Santiago Segura machete en mano liquidando soldados es, simplemente impagable).
Pero en cuanto entramos en faena, la película se va por otros derroteros. La presencia de Carlos Areces no llega a desarticular todo el mecanismo de Balada triste de trompeta, al fin y al cabo está ahí y hace correctamente lo que se le manda, pero es quizá la necesidad de saber más de los personajes lo que no termina de contarnos el director. Areces hace gracia a ratos, no podemos evitar que su humor televisivo nos venga a la memoria, pero quizá cansa en algunos momentos. Es simplemente cuando entra en escena Antonio de la Torre cuando toda la orquesta silencia.
Álex de la Iglesia nunca se ha mostrado cortado o impostado, si hay que sacar una paliza se saca, si hay que desfigurar a alguien a base de “trompetazos” se hace… En este aspecto, su estilo tan personal ha vuelto a ver la luz tras la infame Los crímenes de Oxford. Éste cine es el que pega a de la Iglesa.
Es quizá la indiferencia que nos producen muchos personajes (incluidos los “freaks” del circo que acompañan la historia) lo que más chirría de un guión que parece hecho con prisas, con un acelerado montaje, donde el corte se sucede con coherencia, faltaría más, pero muy acelerado. Resulta complejo contar toda la historia de Javier en la película (su enfrentamiento con Sancho Gracia, la vuelta al pasado…), el personaje está bien construido y funciona, lejos de que haga más o menos gracia, pero es un personaje bien construido (aunque se le vaya la pinza demasiado y haya ciertas partes que sobren (ese paréntesis en plan hombre de las cavernas, por ejemplo, que parece salida de una reunión de fumadores de marihuana) y que no hacen sino justificar otras tantas (vamos, de manual). Pero si nos centramos en él sólo, el resto falla. No sabemos mucho sobre los demás, no hay profundidad. Demasiadas reiteraciones sobre algunos (lo del enano en la moto ya cansa, de verdad)… un desigual conjunto de personajes.
Balada triste de trompeta es una historia de muchas cosas, de pasados, de venganzas, de amor, de duelos… Se ha querido contar tanto en tan poco tiempo que resulta aparatoso. Mención especial merece el apartado técnico, siempre es un sobresaliente en las películas del director, una preciosa máscara para tapar algunos defectos. No obstante la labor de producción es soberbia, dándole a la película un empaque visual de bastante calidad. ¿Es su película más ambiciosa? Sí. ¿Es su mejor película? No. Desgraciadamente la nula conexión entre personajes y público hace que finalmente nos situemos en un “a ver quien la da más fuerte”, porque llegamos a un punto en el que la auténtica historia de Javier se va por el retrete. Me parecen cosas tan básicas para un director que lleva desde los noventa haciendo cine.
A pesar de todo, Balada triste de trompeta puede disfrutarse como título mediano en la filmografía del vasco. A pesar de su potencial como producto exportable, la cinta no convence. No llena y le falta llegar a muchos otros sitios antes que al mero espectáculo visual, que también lo es, cuidado.