Entre los años 1957 y 1959, la dupla argentina formada por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, publicaron cada miércoles (106 en total) en la revista Hora Cero, la novela gráfica El eternauta, una historia sobre una supuesta invasión alienígena que, en el fondo, reflejaba la situación social del país. Años después Oesterheld y Solano publicaron una segunda parte, concretamente en 1976. Después, se perdió la pista sobre Oesterheld y su familia que fueron detenidos por el régimen del dictador Videla. Nunca más se supo, de forma oficial, sobre aquel incidente.
Con estas mimbres, y con un ‘fandom’ mundial bastante amplio, Netflix junto a la productora argentina K&S (responsable de títulos como Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014) o La odisea de los giles (Sebastián Borensztein, 2019) se decide a producir una visión de esta novela gráfica, adaptada por un acérrimo del relato como es Bruno Stagnaro. El resultado en esta primera temporada es un producto sumamente entretenido, con unos personajes muy interesantes y con una más que cuantiosa cantidad de capas, que la confieren de cierta complejidad sin resultar excesivamente difícil de seguir.
Con sus diferencias particulares (y deliberadas) entre original y adaptación, la película arranca directa y sin demasiados rodeos, proporcionando poco a poco detalles de cada uno de los personajes que, durante todos los episodios, van aportando su pequeño granito de arena para salir de una dura situación que les pone al límite.
El eternauta, en su base, visita lugares comunes. A día de hoy, que han pasado más de sesenta años desde su publicación, uno ya está más que acostumbrado a algunas de las cosas que nos cuenta la serie. En este sentido, hasta incluso nos pueden sonar a clichés, pero hay que tener en cuenta su época. La serie no ha llegado para descubrirnos nada nuevo, eso es así.
Pero todas las capas que conlleva y que se han podido ver desde entonces en otras series y sobre todo en películas, con situaciones muy similares son las que nos permiten seguir “enganchados” a ella. Cada episodio sigue la trama principal en la que el protagonista quiere encontrar a su hija, pero al mismo tiempo, plantea varias subtramas relacionadas con la supervivencia o con las investigaciones para dar con el motivo y todo lo que ha sucedido.
Liderando este enorme barco (la serie luce espectacularmente bien) tenemos a Ricardo Darín (quien mejor capitán tanto delante de la pantalla como detrás, puesto que produce e incluso escribe parte de los guiones), en un papel sólido, a veces algo descolocado, pero siempre transmitiendo esa naturalidad, esa serenidad y esa intensidad que logra una veracidad innegable en cada uno de los personajes que toca. Juan es un líder, es un hombre marcado por un pasado, lleno de traumas, pero un verdadero superviviente en un mundo que, poco a poco se va desmoronando y perdiendo la fe y esperanza. Cada plano o escena en la que aparece Darín, la serie se ilumina y hace que su mera presencia ya merezca la pena. Pero no es únicamente mérito suyo, cada uno de los secundarios vale su peso en oro, desarrollando todas sus tramas (que nos permiten conocerlos más) de una manera fluida e interesante.
El eternauta se erige como una cinta con pocas novedades, como hemos comentado, con muchos retazos de la época, con sabores que recuerdan a relatos de Finney o Matheson, con un ritmo maravilloso, donde cada episodio se nos va volando y en donde cada vez queremos más.
La serie está hecha con mucho mimo, con mucho trabajo (desde la ambientación en las calles reales hasta los efectos digitales, vestuario, música…) y con mucho talento. Esto se ve en cada plano, con un nivel técnico que puede equipararse a grandes producciones. Pero sobre todo la serie refleja muchas cosas (el miedo, la sociedad, la situación política…) que incluso a día de hoy siguen vigentes.
Combinación más que notable, recomendable, de varios elementos que confluyen en un producto muy interesante, muy bien hecho, muy entretenido y que no dejará realmente indiferente. A pesar de los pasos que recorre, y que posiblemente ya hemos recorrido, merece y mucho la pena.
