Han pasado unos cuantos años desde el estreno de la inolvidable Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993). Desde entonces, la fascinación por seguir viendo dinosaurios en la gran pantalla no parecía tener límites, a pesar del parón entre Jurassic Park III (Parque Jurásico III) (Joe Johnston, 2001) y Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015). Siempre ha planeado sobre la dupla Universal/Amblin la idea de seguir llevándolos a las salas, pero la floja recaudación de la cinta de Johnston (demasiado repetitiva en cuanto a la fórmula se refiere) no la hizo triunfar, y los reptiles antediluvianos, se ganaron un descanso hasta bien pasados 14 años.
Llega entonces Colin Trevorrow, que venía de dirigir tan sólo una película, Seguridad no garantizada (2012) y se le encarga ‘resucitar’ la saga partiendo de una nueva premisa, salida de la imaginería de, entre otros, Derek Connolly, con quien había debutado precisamente como director. Connolly se ha encargado de desarrollar esta segunda y última trilogía jurásica (aunque aquí no escribe el guion), que tiene como colofón, el juntar en una misma cinta, a los protagonista de las primeras películas y a los de la saga del propio Trevorrow, que aquí repite tras dejarle a J.A. Bayona encargarse de Jurassic World: El reino caído (2018).
Una de las cosas a las que toda la saga de Jurassic Park/World siempre ha sido fiel es a la idea esencial de que lo que hombre crea, el hombre lo destruye. Jurassic World: Dominion no podía ser menos, y aquí volvemos a ser testigos de esa afirmación tan triste como actual, una afirmación que no pasa de moda, que podemos decirla cuando sea, que seguirá tendiendo vigencia. Aunque en las anteriores películas (sobre todo en El reino caído) este discurso se hacía más visible, aquí la historia vuelve a poner patas arriba la ética científica, sobre todo en varias escenas en donde los personajes humanos tratan de deshacerse de dinosaurios… el hombre luchando contra sí mismo. Resulta curioso, cuanto menos.
Al margen del mensaje ético-ecologista que pretende darnos la película (es innegable los guiños a los problemas del planeta actuales), es una cinta que se disfruta bastante si entras en su juego, ya se sabe, todo vale y cualquier pregunta a nivel científico no tiene cabida. Sencillamente es una película de las de sentarse, disfrutar, no pensar y ya. No se la pide más y es lo que da.
Ahora bien, si nos queremos poner un poco más… puntillosos, a Jurassic World: Dominion se la puede pedir algo más, no un simple ejercicio nostálgico mezclado con nuevos sabores. Algo similar a lo que sucedió con Cazafantasmas: Más allá (Jason Reitman, 2021), en donde el elemento nostalgia se encargaba de pegar las piezas más actuales, pero en el fondo y si quitamos esa parte, la película era una repetición de la fórmula sólo que cambiando escenarios. Disfrutable sí, pero prácticamente más de lo mismo. Aquí pasa algo similar, pero al menos, se toma la molestia de lanzarnos pequeñas cosas que hacen que merezca la pena verla, sobre todo una ingente cantidad de guiños a las anteriores entregas.
Hay notas, elementos, detalles… que podrían funcionar con un desarrollo algo más interesante, sobre todo el hecho de que convivan en el planeta humanos y dinosaurios… la de cosas que se podrían haber sacado de ahí y que aquí sólo se plantean.
Pero está claro que no era la intención de quienes han puesto dinero para ésto, entre ellos el propio Spielberg. La intención es contarnos una historia sobre el hombre, su poder con la ciencia, con la vida, y todo ello con unas cuantas escenas de acción sumamente espectaculares (sobre todo la que tiene lugar en Malta) y con una más que cuidada producción al más puro estilo ‘blockbuster’.
Jurassic World: Dominion, no nos va a descubrir nada nuevo, nos hace pasar un buen rato, un rato entretenido. La película no se hace larga, y ver a todos estos personajes tratando de huir de los ‘dinos’ es más que suficiente para darla una oportunidad. Vuelvo a insistir… siempre y cuando entremos en su juego.
