El periodismo de investigación y el periodismo en conflictos bélicos, han sido dos campos muy bien explotados por el cine. Títulos como Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), o las más recientes Spotlight (Thomas McCarthy, 2015) y Los archivos del Pentágono (Steven Spielberg, 2018), ha subrayado a su manera, la interesante labor de investigación del llamado cuarto poder.
Pero a la hora de ahondar en la relación entre conflictos y periodismo, la lista se acorta. En 1984 Roland Joffé llevó a la gran pantalla la historia de Syd Schanberg en Camboya (Los gritos del silencio), en donde se topó con las barbaridades de los llamados Jemeres Rojos. Su crudeza y su buen hacer la encumbraron hasta lo más alto, llevándose 3 Oscar tras 6 nominaciones.
Hoy en día, las guerras se han vuelto mucho más duras, pero el corresponsal quizá se juega igualmente la vida. Una de las últimas figuras en este campo fue la estadounidense Marie Colvin, quien cubrió un gran número de conflictos, entre ellos las crudas guerras de Irak y Siria. La corresponsal (Matthew Heineman, 2018), nos cuenta parte de sus vivencias en estos conflictos.
La elección de Rosamud Pike como protagonista, a priori no parece muy desacertada, es más, resulta una espectacular oportunidad para que la actriz se luzca. Su papel no es sencillo, transmitir en pantalla todo lo que pasaba por la cabeza de Colvin, y tratar de hacer cómplice al espectador de su sufrimiento y de su enorme capacidad para contar la verdad. Pike lo resuelve bastante bien, aunque no destacaría demasiado su papel en la película.
Y es que quizá el principal lastre que tiene La corresponsal sea su falta de intensidad. Una película que cuenta el duro viaje emocional de una periodista a través de conflictos tan duros, no puede resolverse con cuatro escenas dramáticas y ya. Era necesaria más fuerza en sus imágenes, más intensidad en sus personajes, debería de haber conseguido emocionarnos a todos los niveles, y sin embargo no lo hace.
Es una película dura, por que lo es. Ver como Colvin va mermando sus sentimientos poco a poco, se va a “alejando” del mundo real en el que vive (esta parte parece estar contada como a saltos, hay pocas explicaciones), y se va sumergiendo en una enfermiza obsesión por buscar el conflicto, la guerra y la necesidad de contarlo, resulta cuanto menos interesante pero necesita más fuerza.
Heineman se desentiende en ocasiones del trasfondo de Colvin, dejando simplemente pequeñas pinceladas sobre su personaje, aunque consigue levantar el vuelo en sus últimos minutos en donde si que se atisba algo mejor lo que La corresponsal debería haber sido, un retrato descarnado y sin miramientos, de lo que aquella mujer vivió y vio con sus propios ojos.
La película, a pesar de tener un metraje comedido, tiene ciertas partes un poco densas, en donde parece que le cuesta avanzar. Eso sí, a nivel de producción no se ha escatimado en gastos y la cinta luce bastante bien.
Llama igualmente la atención la aportación de Jamie Dornan, aquel galán que intentaba seducir en la saga de 50 sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015) y que aquí interpreta a Paul Conroy, fotógrafo que acompañó a Colvin en sus últimos conflictos. Dornan sorprende por su buen hacer y por recrear un personaje bien trazado y que, a pesar de que no sabemos prácticamente nada sobre él (tampoco es su historia) pone la nota de “cordura” cuando está con Colvin y la saca de más de un apuro en el que se ven envueltos. Su relación está bien llevada a la pantalla.
La corresponsal es cine de periodistas, pero si esperamos una cinta que sea un alegato a favor de la profesión, no es seguramente lo que veamos. La película sí que dignifica el gremio, pero no es su cometido.