Aunque la anterior película de Shyamalan, Airbender: El último guerrero (2010) no haya funcionado tan bien a nivel de taquilla y a nivel de crítica, no le falta el buen ojo para meterse en proyectos un tanto atractivos. La trampa del mal, cuya historia original proviene de la mente del indio, se podría enmarcar en las primeras obras del director. Honesta y fiel a su principio, la película deambula correctamente entre dos terrenos, la intriga y el terror, saliendo éste último el peor parado, ya que lo que se dice miedo, la cosa no es que de mucho.
No obstante se puede tomar como algo entretenido, como una película de suspense con tintes sobrenaturales en donde el espectador desconfía de todos. Esto se agradece y es que Shyamalan tiene todo lo bueno o lo malo, pero su ventaja es que te hace participar, y eso hoy en día es un poco complicado, donde casi todo se resume en meros escaparates visuales.
Como todo thriller que se precie, la estructura narrativa es bastante evidente. Se plantea un hecho y se disponen las piezas sobre un tablero (en este caso el ascensor). A base de golpes de efecto un poco manidos (sonidos, apagones…) la historia se va desarrollando hasta su desenlace, de clarísimo toque Shyamalan, donde todo encaja y donde no falta ese elemento sobrenatural que marca muchas de sus obras.
No le podemos echar en cara nada a Dowdle, perfecto discípulo de su mentor (Shyamalan, se supone). A pesar de que su anterior película Quarantine (John Erick Dowdle, 2008) paso muy desapercibida por la taquilla española (pesaba más la original REC (2007) de Balagueró), se ha sabido manejar bien en los farragosos terrenos de este cine, lo que sin duda no le quita mérito ninguno. Aún así, la historia engancha, se mantiene y mantiene si nos mostramos ingenuos y no le sacamos punta a todo, aunque con Shyamalan detrás, esto es un poco dificil de conseguir. A veces tenemos la sensación de que todo el juego se reduce a un “¿quién va a morir ahora y cómo?”.
La trampa del mal es una película fácil, débil y con pocas intenciones de sorprender. En ese sentido es un cine honesto, nadie espera ver interpretaciones asombrosas, porque sencillamente no las hay. Se atisban ciertos intentos ingeniosos, como los créditos iniciales (esos planos de Philadelphia invertidos) o algunas escenas resueltas correctamente. Pero por lo demás no es cine para pensar, sino para pasar el rato.
En cuanto al reparto, poco podemos sacar en claro. La mayor parte de los componente son rostros poco conocidos, salvo un par de ellos. Están en su sitio y no hay sobresalientes para nadie. En ese aspecto La trampa del mal se debe más a su historia que a sus actores, cosa normal para este tipo de películas. Pero mención especial merece la particular del español Fernando Velázquez (habitual en los cortometrajes de Nacho Vigalondo y el títulos como El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007) o Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010)) cuya trayectoria internacional poco a poco va despuntando. Aquí a pesar de contar con una planificación bastante corriente, dota a muchas de las escenas con un énfasis musical portentoso, lo que las confiere más protagonismo del que tienen.
Película absolutamente intranscendente pero que al menos nos deja con cierto sabor de que hemos pasado un rato ¿ameno? y un poco tenso.