Los buenos resultados de Megalodón (Jon Turtletaub, 2018) han propiciado una secuela, o lo que es lo mismo, una nueva adaptación de otra novela de Steve Alten (recordemos que hay ocho publicadas) que sigue, prácticamente, la estela de la cinta original, aunque con algún que otro elemento que la hace estar un poco por encima.
Jon Turtletaub deja el relevo a Ben Wheatley tras las cámaras. El británico no es nuevo, ya que se ha hecho cargo de largometrajes con cierto renombre y casi siempre entre lo fantástico o el thriller, como High-Rise (2015), In the Earth (2021) o la versión de Rebeca que estrenó Netflix hace unos años con Armie Hammer y Lily James. Dado que estamos ante un producto prácticamente hecho para recaudar, lo cual es bastante lícito y respetable, no encontramos mucha impronta del propio Wheatley, teniendo una dirección bastante estándar, en donde los actores están en su salsa y poco o nada puede cambiar.

Obvio que una secuela no podría ser la misma sin la presencia del también británico, Jason Statham. Un rol que es prácticamente un calco de su anterior, no encontramos demasiada evolución en su personaje (algo más paternal, quizá, pero muy sutil). Tampoco Megalodón 2: La fosa es una película que pretenda ahondar mucho en los personajes. Su cometido es el de entretener y eso lo consigue.
Completan el reparto una mezcla de rostros ya conocidos y que estaban en la anterior película, como Cliff Curtis, Page Kennedy o la actriz Shuya Sophia Cai. Los tres interpretan los mismos papeles, y se les unen Sienna Guillory, Jing Gu (La Tierra errante (Frant Gwo, 2019)), Tao Guo y el español Sergio Peris-Mencheta, en un papel de villano bastante correcto (ojo a la carrera del madrileño en Hollywood). Todos ellos están correctos, lo que se espera de un actor en una cinta de acción. Curtis/Kennedy se encargan de los puntos… graciosos de la historia.
Pero si hay algo que convierte a Megalodón 2: La fosa en una cinta un poco superior a su primera película es su trama, dentro de lo simple que nos pueda parecer. No es que sea excesivamente elaborada, pero al menos se molesta en su primera parte, de trazarnos una especie de thriller con cierta conciencia medioambiental (esto se intuye). Hasta aquí lo más interesante, el resto ya nos lo conocemos.
La película va a lo que va, sin rodeos, directa y no se esconde. Es absolutamente consciente del terreno en el que juega, como su antecesora y por eso hay que pasar lo que hay que pasar con ella.