Vaya por delante mi más sincera admiración ante Edward Zwick, un director que siempre resulta efectivo y honesto con el público. Su cine quizá no sea un modelo a seguir, pero siempre resulta contundente y rara vez se va por las ramas. Amor y otras drogas demuestra que el director sabe perfectamente encauzar las historias y llevarlas a un terreno algo más humano.
Amor y otras drogas podría parecer a priori una comedia romántica más al uso. Con sus más y sus menos y sin ningún tipo de tapujos en su forma, en manos de un director algo menos intelectual (que nadie se ofenda, por favor) habría caído en una mera comedia romántica quizá para otro público con menos miras. Pero Zwick no hace nada sin contar algo, cosa que nos agrada a muchos, y con esta cinta no ha hecho excepción, colándonos lo que parece una clásica historia de “chico conoce a chica” pero con cierto mensaje en su discurso. Todo ello en un contexto de revolución social (y sexual) que simpatiza muy bien con los dos personajes protagonistas.
Parte con algo de ventaja, sobre todo porque el origen de la película ya de por si resulta interesante, y por otro lado la pareja protagonista, cuya química es innegable, siendo quizá el elemento más importante a la hora de contarnos la historia. Sin eso, Amor y otras drogas habría pasado desapercibida, seguramente, por la cartelera y entre las opciones de muchos espectadores (al menos los que van a verla sabiendo qué van a ver, claro).
Y es que la película habla mucho más allá de lo que conocemos como “amor”, habla más allá de lo que conocemos como “flechazo” o “amor a primera vista”. Amor y otras drogas habla de la dependencia humana, aquello que muchos intentan evitar en su vida e intentan que otros muchos no la adquieran. ¿Es bueno depender de otra persona? La respuesta es compleja, cada persona es un mundo y esta película no va a venir a darnos una. Pero si nos hace pensar en que quizá de vez en cuando un giro en nuestra vida nos puede cambiar para siempre. Giro que podemos llamar de varias formas, entre ellas conocer a esa persona que sabemos que nos va a cambiar. Dar ese paso quizá sea una de las decisiones más importantes que, como seres humanos, debemos dar al menos una vez en nuestra vida. En cierto modo todos dependemos de alguien, se mire cómo se mire.
Y no es que Zwick apueste por filosofías o por dogmas sobre el amor, la película no va de eso, aparte de entretener y de hacer reír tiene también su parte más emotiva. Ésta viene de la mano de Anne Hathaway, actriz que con el tiempo ha pasado de comedias sin forma (Princesa por sorpresa (Garry Marshall, 2001) a cine con miras (La boda de Rachel (Jonathan Demme, 2008) o El diablo viste de Prada (David Frankel, 2006). Es una auténtica todoterreno y en esta película lo ha demostrado (no olvidemos que estuvo nominada a los Globos de Oro). Su personaje quizá es el que más ternura despierte de todo el resto (muy despiadados), es por eso que su cruce con Gyllenhaal resulte de lo más estimulante de toda la historia.
Tampoco podemos contar mucho más de ella, Amor y otras drogas merece ser vista para ser juzgada, no nos engañemos con su cartel o con prejuicios. Diversos discursos a lo largo de ella contrastan con otras escenas algo más disparatadas pero no desmerecen el producto final y su intención o discurso. Mezcla de drama y comedia, sus ingredientes son frescos y naturales, nada de artificio para esta conmovedora historia. No excede en su azucarado final, quizá de lo mejor que hemos podido ver de Hathaway, pero tampoco nos hará llorar a moco tendido. Todo un ejemplo de que con inteligencia, las risas y las lágrimas, bien recetadas y administradas, son el mejor remedio para el ser humano.