El director alemán Daniel Stamm, amparado por Eli Roth, dirige una especie de falso documental sobre un supuesto exorcismo en un pueblo perdido de los Estados Unidos. La cosa promete, pero termina destruyéndose a sí misma y degenerando en algo amorfo y tópico.
Daniel Stamm quizá no nos suene a casi nadie y es muy posible, puesto que su escasa filmografía apenas alcanza tres títulos. El que nos ocupa es su segundo largometraje en los Estados Unidos y al igual que su obra anterior (A Necessary Death (2008), sobre un hombre que se va a suicidar; inédita en España) también juega con los elementos tanto del documental como del falso documental (“mockumentary”).
El último exorcismo parte con una idea bastante atractiva. Un hombre, decidido a demostrar que detrás de lo que se conoce como “posesiones” no hay más que gente con trastornos mentales y que gracias a su arte de prestidigitación barata y actuación de aficionado, es posible hacerles sentirse mejor. La película avanza como si de una historia real se tratase, de forma bastante creíble y realista, todo hay que decirlo.
Pero cuando entra en escena el caso que realmente atañe a su historia, toda la credibilidad que había logrado hasta ese momento se va por el desagüe gracias a una tópica puesta en escena y a un desarrollo casi a trompicones que demuestra quizá que Stamm no sabía muy bien por donde tirar para intentar ser algo original. A pesar de todo, El último exorcismo juega bien sus cartas, no es excesivamente tramposa y para lo que está dispuesta, es más que suficiente. Stamm trata de engañarnos y si nos dejamos lo consigue.
Es una propuesta bastante atractiva. Actores desconocidos, historia que despierta morbo, interés, terror, y hasta unos efectos especiales (muy escasos) efectivos y bastante creíbles. Pero Stamm se deja influenciar bastante, llenado la cinta de tópicos sobre este tema (¿serán reales entonces?), lo que le confiere en definitiva un empaque muy “made in Hollywood”, restando todo el posible interés que al principio nos haya podido despertar. No hay momento ni siquiera para plantearle al protagonista algún tipo de dilema moral o de fe. Se ve claramente que a Stamm esto no le importa, que quiere otra cosa.
Bajo la tutela del gamberro Eli Roth (director de Hostel y “amiguísimo” de Tarantino), se deja entrever un poco su mano en la producción, dotando al tramo esencial de El último exorcismo de cierta incomodidad para seguir viéndola. Esta incomodidad viene apoyada por una sobria aunque efectiva imagen (toda la cinta está rodada con cámara en mano, curiosamente el personaje se llama también Daniel) y una angustiosa e hipnótica música de Nathan Barr, habitual en el cine de Roth y con el que ha colaborado anteriormente.
El último exorcismo prometía, me reitero, pero no puedo dejar de pensar en su hilarante tramo final, en sus intentos por conseguir la atención del público (con algún giro en su trama). El desenlace, sin duda, desmerece un conjunto muy desigual.